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SORBOS DE CAFÉ

Cruel

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MARCO LUKE

Imagina que llegas al cielo.

Al que gustes, al que imaginabas en tu infancia, al que construyó alguna blasfemia atragantada en la garganta antes de hacer una oración de rodillas, o mejor aún, al que te describió un murmullo seductor detrás de la tela de algún confesionario.

No importa. La esencia es saber que has salvado tu alma. Es sentir la satisfacción del éxito que sólo da el triunfo de los pocos que no se han condenado.

Esperas detrás de una reja dorada, alta, muy alta y brillante.

Tu caricaturesca visión del cielo no era tan alejada de la realidad, y la ironía te hace reír levemente. Pero que más da la forma, que de malo tiene el piso cimentado de nubes, no te avergüenza tu nueva ropa blanca, angelical, sólo faltan las alas.

Y eso es lo mejor, que te convertirás, en cuanto alguien atienda tu llamado, que serás un querubín por el resto de la eternidad.

Y mientras estás en el umbral, los nervios comienzan a invadir tu cuerpo, tal vez se trata de una ansiedad emocionada, ¡Cuánta envidia sentirán aquellos que se burlaban de mi en la tierra! Peinas sin voluntad y te arrepientes en el momento. ¡No puedes pensar con soberbia cuando te encuentras a un par de pasos de entrar al paraíso!

«¡Esos es!» Una micro epifanía te hace sentir que debes hacer un recuento de tus obras de caridad, de todos aquellos episodios donde te ibas ganando el cielo a cuentagotas.

Cierras tus ojos sin borrar la sonrisa de ese rostro, viejo para los mortales, pero resanado con una nueva piel, sin arrugas, reconstruido por algún proceso automático de aquellos que suben al cielo y estarán sentado a la derecha de su señor.

EN BLANCO

«¡Mi memoria!» El pánico abre tus ojos agresivamente.

A lo lejos, se acerca un ente, una especie de luz flotando, con extremidades pero no como las humanas, con rostro pero con una gran cantidad de perfiles que se combinan entre ellas a la velocidad de la luz.

El ser, acercándose a ti, ríe, con un estruendo cosmogónico, pero no te asusta, más bien te suena familiar.

El motivo, es tu cara de sorpresa y al parecer, sabe que tu mente está en blanco.

Te tranquilizas cuando crees que ese ser ya ha tomado las memorias de tus buenas acciones, ha hecho recuento de ellas y se dispone a abrirte la puerta.

«Los crueles no entran al cielo» avisa y retorna su camino. «Ve al infierno, donde la porción de tu mente con tus obras está a disposición del fuego eterno»

«¡Pero, si siempre hice buenas obras!» Exclamas aferrado a los barrotes de oro, tratando de evitar la condena al inframundo».

En respuesta, un eco se escucha ya muy lejos, pero suficientemente claro para sentenciar el pueril argumento.

«Cuando la fe actúa sólo por ganarse el cielo y no por el corazón, entonces es crueldad... y el cruel no entra en el cielo...

Escrito en: Sorbos de café cielo, aquellos, sentir, algún

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