Editoriales

Viesca: de manantial a páramo (I)

A la ciudadanía

GERARDO JIM?NEZ GONZ?LEZ

 E L comportamiento de las poblaciones humanas históricamente está asociado a la disponibilidad que tienen de recursos naturales, son estos los que en algún momento les permiten establecerse en algún hábitat o lugar y vivir de una u otra forma. No es lo mismo morar en climas templados donde las temperaturas y la humedad permiten condiciones en las que se disponen de recursos para establecerse, crecer, reproducirse y expandirse, a regiones árticas o desérticas donde esas condiciones son extremas que requieren procesos de adaptación más exigentes.

Los desiertos son ecosistemas frágiles, ofrecen menor disponibilidad de recursos y las poblaciones humanas que habitan en ellos lo hacen sujetas a altas temperaturas y escasa humedad, en un constante estrés hídrico. Los pobladores originarios que habitaron en estos lugares antes de la conquista y colonización española entendieron claramente lo anterior, solo conformaron grupos pequeños conforme el medio y sus capacidades les permitían aprovechar los recursos disponibles, eran recolectores, cazadores y pescadores, aún no conocían la domesticación de plantas y animales o si lo hicieron no alcanzaron a convertirse en agricultores o ganaderos sedentarios.

Después llegaron los conquistadores y colonizadores ibéricos, atraídos por la ambición originada en su descastamiento de donde provenían, se apropiaron de estos áridos terrenos. Exterminaron a los pueblos originarios y crearon extensos latifundios y los mantuvieron incultos, hasta que en la primera mitad del siglo XIX llegaron otros que los adquirieron y explotaron, en plena expansión del capitalismo mundial introducen el cultivo del algodonero, en un primer momento para el mercado nacional y a inicios del siguiente siglo para el mercado mundial.

Esa producción agrícola era ya mercantil, le regía la obtención de ganancias y la ambición de los terratenientes, encontraron tierras fértiles y abundante agua de los ríos Nazas y Aguanaval. Un fraile jesuita la bautizó como la región de Las Lagunas al observar los cuerpos de agua que se formaban cuando ambos ríos depositaban sus escurrimientos en lo que después fue la planicie que se formó con los depósitos aluviales. Había abundantes recursos naturales en medio de enormes extensiones áridas en las que estos escaseaban.

Lo más fácil que se les ocurrió fue intervenir los ríos, empezar a represarlos para derivar agua hacia las áreas roturadas para establecer cultivos, nacía un emporio agrícola no planeado, estas actividades se realizaban bajo las reglas del mercado capitalista, se formaron fortunas, algunas de ellas terminaron en el extranjero, atrayendo flujos migratorios que poblaron la naciente región de La Laguna.

Al inicio la tecnología utilizada no afectó seriamente el hábitat natural, eran presas derivadoras y los sistemas de regadío se basaban en los aniegos o inundaciones de lotes donde se sembraba la variedad "nacional" de algodonero, se formaban cajas de agua que retenían los sedimentos y fertilizaban los suelos, se retenía el agua y creaba un hábitat propicio para coexistir con algunas especies de vida silvestre, los aniegos permitían percolar el agua y recargar el acuífero. Lo que se fue perdiendo son las lagunas intermitentes donde se realizaban los depósitos finales de esos escurrimientos, la de Mayrán y el Caimán formadas por el Nazas, y la de Viesca y Seca en el Aguanaval.

Pero esa intervención sobre los ríos no quedó ahí. En aras del llamado progreso continuó estimulada por los precios internacionales del algodonero, cada vez se fueron roturando más tierras y derivando el agua para cultivarlo, en la segunda mitad del siglo XX eran ya miles de hectáreas sembradas. Esta riqueza económica era concentrada en una pequeña élite de terratenientes entre los que destacaban compañías extranjeras que ocupaban miles de jornaleros migrantes que provenían de los estados del centro del país.

En la década de los años 30´s de ese siglo se modifica la estructura agraria por la aplicación de la reforma agraria cardenista que convirtió a los jornaleros agrícolas en campesinos y a los terratenientes en empresarios agrícolas, pero también se empieza a construir la gran obra de irrigación que intervenía el río Nazas: la presa Lázaro Cárdenas o El Palmito, operando desde 1946. Durante la segunda mitad de esa centuria se construyeron un sinnúmero de presas que permitían controlar los escurrimientos que se formaban en las partes alta y media de las cuencas, evitando inundaciones y liberándolos conforme a su aprovechamiento en los riegos del algodonero a través de una amplia red de canales de riego, y también se perforaron otro sinnúmero de pozos para bombear agua del subsuelo.

El control de estos escurrimientos y su uso agrícola modificaron las prácticas de riego en las que se renunciaba a los aniegos, reducían los depósitos aluviales que fertilizaban suelos, las filtraciones que recargaban el acuífero, el hábitat de algunas especies silvestres. El agua era aprovechada por los agricultores que accedían a volúmenes mayores no sin presentarse conflictos entre los de abajo y los de arriba del valle, pero también la operación de la presa El Palmito redujo la recarga del Acuífero Principal y provocó el desbalance hidráulico que aún padecemos.

La intervención humana sobre los ríos y acuíferos posibilitó convertir a La Laguna en un emporio agrícola y ganadero, en una próspera región económica que hoy sustenta a un millón y medio de habitantes, pero la forma en que se ha hecho ha tenido consecuencias ambientales y sociales que vale la pena revisar.

Escrito en: agua, estos, recursos, agrícola

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas