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Luto, confusión y dudas

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Si todo se resolviera con guardar luto por los miles de personas que ya no alcanzarán a ver en qué paró la epidemia, la tercera alternancia y la pretendida cuarta transformación, obligado y debido sería honrarlas, izar la bandera a media asta y montar el altar en estos Días de (tantos) Muertos.

La realidad, sin embargo, no ampara el deseo. La crisis nacional crece y, en medio de la confusión y el repunte epidémico, afloran más dudas que certezas.

Si más de una vez el presidente de la República, así como los secretarios de Relaciones Exteriores, Hacienda y Salud aseguraron contar con recursos para adquirir la vacuna contra el Covid-19 y aplicarla universal y gratuitamente, ¿por qué la desaparición de fideicomisos y fondos se quiere justificar en que esos dineros serán para comprar el remedio? ¿Hubo un mal cálculo o, simplemente, esos recursos tendrán un destino distinto al expresado? ¿Ante el número de vidas perdidas no sería sensato cancelar algunos megaproyectos? ¿No terminará siendo la refinería de Dos Bocas la lápida de los enfermos y el Tren Maya su carroza fúnebre?

Indecisión, titubeo e, incluso, incongruencia oficial en la toma de medidas para asegurar el confinamiento y la sana distancia fueron, entre otras, causa del imparable número de contagios y fallecidos que hoy entristecen y enlutan al país. Pese a ello, todavía hay quienes aplauden que no se haya limitado o conculcado libertad alguna ni echado mano de la coerción para obligar el aislamiento. Empero, la catástrofe ahí está. ¿Es defendible la libertad de contagiarse y contagiar, de morir y matar? ¿Si, pese al asedio letal del virus, el valor superior es la libertad, los gobiernos europeos ocultan una vocación autoritaria al salvar vidas, a costa de restringir derechos?

La comprensible velocidad y la pésima implementación de medidas radicales para reconvertir el régimen provocaron la desaceleración económica que, luego, en combinación con la epidemia, derivó en recesión. Así, hoy se afronta una crisis sanitaria, económica y política con focos de malestar social.

En esa condición y próximo el concurso electoral que, por naturaleza, subrayará diferencias y no coincidencias, ¿los ejecutivos federal y estatales aliancistas han sopesado el peligro de despertar un sentimiento regionalista y sumar ese problema a la crisis nacional? Más de una democracia y una república han tropezado o sucumbido al avivar ese sentimiento que invariablemente debilita el sentido y la unidad nacional.

Cierto, no está de más revisar el pacto fiscal, pero lo indicado es esperar las elecciones del año entrante y conocer la correlación de fuerzas en el Congreso, como también a quienes ocuparán las quince gubernaturas en juego. Hacerlo ahora despide el tufo de un pleito por el poder político y el dinero público que, exacerbado, puede animar impulsos separatistas, si no es que rupturistas. ¿Conviene abrir ese frente?

En su vocación cultural, el instituto electoral arma cátedras, foros y conversatorios de la más diversa índole y, de vez en vez, algunos consejeros presumen que la democracia es inmune al virus. ¿No convendría explorar cómo replantear las campañas y el voto a distancia, considerando la incertidumbre de cuándo cederá la epidemia? ¿A los consejeros no les da curiosidad pensar qué puede ocurrir si el año entrante, durante la campaña y el día de la jornada electoral, persiste la crisis sanitaria?

La oposición se rasga las vestiduras ante los recortes y la administración los bolsillos buscando recursos, pero no toman en serio la urgencia de reducir el financiamiento público de los partidos. Ahí, hay miles de millones de pesos mal aplicados que producen una política de bajísima calidad. Si infinidad de sectores han visto caer su presupuesto, ¿no deberían los partidos reducir las prerrogativas que reciben? ¿Los partidos saldrán inmunes e impunes de la pandemia, sin perder un solo peso de los muchos que despilfarran?

Viendo cómo los magistrados electorales han convertido su tribunal en un mercado de resoluciones y sentencias, según más de un actor político, ¿por qué destinar a ese órgano 3 mil 225 millones de pesos? Como otros, ese tribunal no ha servido al propósito con que fue creado, peor, lo pervirtió o corrompió. ¿No convendría relevar al pleno y revisar su presupuesto? Por lo demás, ese órgano -garante de las elecciones- ha hecho de la elección o reelección de su propio presidente un concurso de amenazas, marrullerías y chantajes. ¿Pueden esos magistrados garantizar las elecciones del año entrante, cuando no pueden con la suya?

Cuando el partido en el poder no ata ni desata, el gobierno pierde una palanca política fundamental. Ese es el caso de Morena. La torpe resolución del Tribunal Electoral de renovar la dirección de esa fuerza mediante una encuesta dio un ganador, pero ahondó su crisis. Si, como se anunció, Morena levantó una encuesta espejo para cotejar el resultado de la ordenada por el tribunal con la suya, ¿cuándo abrirá el resultado de la propia? ¿Cuál es el veredicto de ésta?

Sin importar quién gane la Presidencia de Estados Unidos, la relación con México será objeto de profundos ajustes en el ámbito comercial, laboral, ambiental, criminal, migratorio y, desde luego, diplomático. ¿Cuál es el escenario de la Cancillería mexicana, considerando que desapareció la Subsecretaría para América del Norte con todo y el titular de ella?

Sí, desde luego, hay que guardar luto por los muertos de la epidemia, pero también reflexionar seriamente cómo salir del laberinto donde el país se encuentra y de las dudas.

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