Editoriales

COVID-19: la otra epidemia

JUAN RAMÓN DE LA FUENTE

Desde antes de que la enfermedad por COVID-19 se declarara formalmente como pandemia -el ya muy lejano 11 de marzo de 2020-, la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos alertó que tendríamos que combatir simultáneamente una "infodemia". Es decir, un volumen masivo, desbordado, incontrolado de información, (cierta y falsa a la vez) que se propaga simultáneamente y genera una gran confusión. Impide que las personas puedan distinguir entre la información veraz y la que no lo es. En los tiempos digitales que vivimos, este fenómeno se ha disparado exponencialmente mediante las redes sociales, y se propaga al igual que el virus. El resultado ha sido una suerte de epidemia de desinformación.

La desinformación, lo sabemos bien, puede afectar la salud física y mental de las personas. Tan solo sobre COVID-19, hay más de 400 millones de videos en YouTube. Los tuits que circulan sobre el tema por día, también se cuentan por millones. Súmele usted los blogs, los podcasts, los sitios web, las redes sociales y, al mismo tiempo, la información oficial, lo que dice la ciencia y lo que dicen los políticos, los columnistas que se han vuelto expertos y las personas que se sienten o son influyentes (los llamados influencers). El resultado es que la desinformación sigue escalando, y con ella se han disparado los casos de ansiedad, depresión, alcoholismo, suicidio, violencia intrafamiliar, agobio emocional, hartazgo, divorcio, desempleo, etc.

No hay el menor control en la calidad de la información. Cualquier persona puede escribir o publicar lo que quiera. ¿Alguien en verdad duda en estos tiempos que la libertad de expresión pueda coartarse?

Facebook, Google, Twitter, TikTok, Instagram y otros, se han convertido en los vectores de la infodemia, los canales de propagación de mensajes equívocos, de aseveraciones sin sustento y de emociones disparatadas, que viajan junto a mensajes puntuales y certeros. Estos últimos, en la vida real, han mostrado tener menos impacto, y las consecuencias de ello no han sido menores. Ninguna epidemia se mitiga sin la participación responsable, debidamente informada de la comunidad. La información distorsionada y el hartazgo social, son precedente frecuente de conductas irresponsables, las cuales, a su vez, constituyen el mayor factor de riesgo de la pandemia.

Muchos medios tradicionales de comunicación también han aportado su cuota de desinformación. En aras de llevar la exclusiva se adelantan a la evidencia. Se han equivocado una y otra vez al no verificar la fuente de la noticia, o al darle más peso a un testimonio personalísimo que a una institución científica acreditada. La danza de las cifras ha llegado al absurdo. Los márgenes en los que oscilan de un día para otro, los hace ver poco creíbles. Ha faltado, en mi opinión, respaldo científico. Es cierto, la tarea se dificulta porque la ciencia tampoco ha tenido una opinión uniforme. Pero eso es natural, era de esperarse. Estamos ante un fenómeno que resultó, en buena medida, desconocido. En todo caso, la cautela era más deseable. Pero la cautela no vende, no calma las ansias y no resuelve dudas.

Un buen ejemplo de esto último lo constituye el concepto de "muertes excesivas". No ha faltado quien se empeña en sostener que esa es la cifra verdadera de muertes por COVID-19. Como si fuera tan fácil calcularla. Comparas las muertes de este año con las de años anteriores, le agregas un factor de corrección anualizado y la diferencia te da el número de muertes "reales" por SARS-CoV-2. Falso. Hoy sabemos que las muertes excesivas de este año se deben no solo al virus, sino también a que ha habido, en casi todo el mundo, un aumento en la mortalidad por otras enfermedades. Ocurrió que bajaron las consultas médicas y las atenciones hospitalarias en diversas especialidades (seguramente por miedo a infectarse) y se interrumpió el seguimiento que requieren muchas enfermedades crónicas.

Otros casos se han referido equívocamente a la inmunidad colectiva o de rebaño (como se le conoce), sin entender que dicha inmunidad es deseable, pues ocurre cuando la propagación de la enfermedad disminuye sensiblemente porque la probabilidad de que alguien se infecte es mucho menor. De hecho, ese es el objetivo de los programas de inmunización con vacunas. Si la mayoría de la población se vuelve inmune, por vacunación o por contagio, entonces, aunque alguien se enferme -habrá que atenderlo por supuesto- ya no será fácil que encuentre a quién contagiar.

Las notas escandalosas sobre la interrupción (habitual, oportuna y transitoria) del ensayo clínico con alguna vacuna, muestran nuevamente la tendencia a la información distorsionada en aras del escándalo, y de aumentar el miedo y la ansiedad en la población.

La infodemia agravia los derechos humanos, propicia la violencia y afecta la salud mental de las personas. Aún tendremos meses de pandemia por delante. Ojalá seamos todos más cuidadosos. Verifica la información que recibes antes de darla por cierta y propagarla. Te vendrá bien a ti, pero le vendrá mejor aún a quienes te escuchan y te siguen en tus redes.

Escrito en: Juan Ramón de la Fuente información, muertes, epidemia, cautela

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas