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De Política y Cosas Peores

De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Plaza de almas.

No le puedo perdonar que se haya muerto. Con eso me quitó el derecho de pedirle que me perdonara. Como dicen: me quedé con la palabra en la boca. Fue una de las primeras mujeres que me amó. La quise yo también, al menos en los momentos en que la quería. Me llevaba algunos unos años, y eso me hacía enfurecer cuando me decía "bebé". Mi juventud era inconsciente. Todas lo son; ésa es una de sus mayores gracias. Aquella novia temprana soñaba con unir su vida a mi vida; yo soñaba con unir mi vida a la vida. Cuando la vida pasó me fui siguiéndola, y dejé atrás a ese amor que nunca llegó a serlo. Muchas veces ella me había dicho que me seguiría a donde fuera, pero al llegar la hora lo único que me siguió fue su recuerdo. Me sigue todavía, ¿lo creerás, Armando? Y de esto ha pasado más tiempo del que se mide con los calendarios. Era pequeña y rubia, de paso menudito y voz pequeña. Trabajaba como maestra de párvulos. Me pedía que la esperara lejos de la escuela, pues no quería que sus niños la vieran con un hombre. Me hablaba de ellos como de sus hijos, y me contaba sus travesuras y ocurrencias: "¿Cómo te apellidas, Fulanito?". "Ptrrr". Yo hacía como que me reía, pero apresuraba el paso para llegar a la alameda y ahí besarla y acariciar sus pechos después de ver que no había gente cerca y que el gendarme andaba lejos. El amor era nuevo para mí, sobrino. Eso quiere decir que era nueva para mí la vida, y la estrenaba con desenfado y gozo. Y te diré una cosa: si hubiera sabido que se va tan pronto también habría apresurado el paso para gozarla más. La maestrita me dejaba hacer. Pero de la alameda no pasé nunca, si me entiendes. Jamás pensé en casarme con ella, no ya en un año o dos, sino ni aun en cuatro o cinco. Por tanto no quería comprometerme, para no tener que comprometerme. Entonces tomaba de la tapia todo, pero de la huerta nada. Yo sí resistí la tentación, no como Adán, que ya ves la chinga que nos puso junto con su compañera. Es cierto: las tentaciones son para caer en ellas, pero hay que caer con cuidado. No incurriré en jactancia, Armando, si te digo que lo que yo hubiera querido lo habría tenido, pero no quise más que aquello que en mis circunstancias y a mi edad podía tener. Pienso que ella leyó mis intenciones, o mi falta de ellas, y una tarde ya no acudió a la cita. Sentí despecho; siempre pensé que yo la controlaba a ella, y en verdad era ella la que me controlaba a mí. Por eso aguardaba también a que no hubiera gente cerca y a que el gendarme anduviera lejos para ofrecerme sus senos como quien presenta una golosina a un niño. En el tema del vivir tuve luego muchas variaciones. Ella no se casó nunca. No por mí, quiero creer, sino porque así fueron las cosas. Me gustaría decirte que me guardó fidelidad eterna, y que luego de haber estado yo en su vida no quiso ya que en ella estuviera otro hombre. Pero ni aun yo, que a veces resbalo por pendientes de sentimentalismo, sería capaz de asestarte una cursilería así. Las cosas fueron como fueron. Punto. Me fui de la ciudad. No por la maestra de párvulos, ni por mí, sino por la ciudad. Quería otra más grande. Descubrí luego que en todas las ciudades, así sean las más grandes del mundo, siempre vives en una ciudad pequeña. Al paso de los años supe que aquella muchacha había muerto. La recordé por asociación de ideas este pasado día dos. Si hubiera tenido a mano una flor la habría puesto sobre su recuerdo. (¿Lo ves? De nuevo cursilería y sentimentalismo). Como no la tenía escribí esto para que lo leyeras ahora que la epidemia nos aparta. No lo leas. El sentimentalismo y la cursilería no son para leerse. FIN.

Escrito en: De Política y Cosas Peores paso, hubiera, ella, vida

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