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SORBOS DE CAFÉ

Ella y ego

SORBOS DE CAFÉ

Ella y ego

Ella y ego

MARCO LUKE

Ni yo mismo me reconocía al verme al espejo.

La sonrisa orgullosa se desbordaba, inundando mi rostro de lo que yo creí felicidad.

El pecho estaba lleno de una sustancia que jamás había entrado en mis pulmones, pero con una gran facilidad se erguía, abriendo paso a mi rostro, gritando con la mirada altiva que eras mía.

De lo que nunca me percaté, fue de mis celos, quienes decidieron tomar el lugar de guardaespaldas y caminar detrás mío. Armados hasta los dientes, sigilosos y alerta siempre del más mínimo intento de que alguien te quisiera robar de mi lado.

Y no se les podía culpar, si estos labios, nunca habían besado la boca de alguien que todos quieren besar, si estas manos, jamás habían acariciado el cuerpo de la envidia, se sentían amenazados a cada instante y ante cualquier razón.

Patrullaban tu habitación, pero después que el cansancio comenzó a ganarles la batalla, forjaron una puerta de hierro, dejándonos entonces, a ti y a mí, aislados del mundo.

Pronto nos dimos cuenta de que el enemigo, eran ellos, y que habían construido una prisión donde estaban presas tu belleza y mi obsesión.

Entonces, la sustancia que erguía mi pecho se filtró a mi sangre, y envenenada, comenzó a supurar en inseguridad, dejando en el piso rastros de sangre azulada, con signos de masculinidad herida.

Fue así, como se plasmó en el suelo, donde debe estar, la nobleza mal entendida, nobleza heredada por cortesanos de ruin corazón, pero de ropa fina.

No pasó mucho tiempo para darnos cuenta de que nadie estaba encerrado en ese cuarto, la ilusión de la puerta se desvaneció cuando tu vanidad coqueteó con la armonía de la música en el viento columpiándose en el marco de tu ventana.

Mi ego, al escuchar tu voz coreando en complicidad la canción alimentando tu soberbia, comenzó a debilitarse, con el último hálito de mi voz, canté, y tuve que reconocer que lo hice en vano.

Y hoy, no podría reclamar haber caído al infierno cuando fui yo quien decidió dedicar mi último suspiro a tu ego, que a una oración para salvar mi alma de las garras del mío. Mi salvación no fue rezar.

Me salvación, fue entender que tu vanidad, morirá el mismo día en el que sepulten la belleza de tu rostro junto a la sensualidad de tu cuerpo, y te quedes solamente con tu alma

Escrito en: Sorbos de café comenzó, habían, mismo, sustancia

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