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Los vientos democráticos que soplan en América del Sur (I)

JORGE ALVAREZ FUENTES

La grave crisis (en la ya de por sí prolongada crisis política) por la que atraviesa el Perú, luego de la destitución del presidente interino Martin Vizcarra, el sainete y ridícula renuncia de Manuel Merino, su sustituto desde la presidencia del Congreso es el resultado de la prolongada crispación y manipulación política y de las protestas populares, en medio de la indignación por la mendacidad y corrupción de una clase política instalada en la polarización. Los difíciles y complejos escenarios que se perfilan en Chile, no solo para el gobierno de Sebastián Piñera y las demás fuerzas políticas, sino para la sociedad organizada, después del contundente resultado del plebiscito constitucional de octubre. Las perspectivas derivadas de los resultados de las pasadas elecciones en Bolivia con un nuevo triunfo del Movimiento al Socialismo, colocando a Luis Arce y David Choquehuanca en la presidencia y vicepresidencia, otra dupla tecnócrata e indígena, junto con el retorno al país del expresidente Evo Morales, tras un transitorio gobierno de facto. Los riesgos crecientes de ingobernabilidad y confrontación en medio del mandato presidencial de Jair Bolsonaro, teniendo lugar unas disputadas e importantes elecciones municipales en Brasil. La violencia recurrente en manifestaciones populares recientes en Colombia y la frustración ampliada ante el rumbo del país en el gobierno de Iván Duque. Todos estos procesos requieren de elementos de análisis y comprensión de conjunto, desde y para México, precisos, serios y oportunos, reconociendo la necesidad de tener una mirada propia hacia el sur; cuando la región y el mundo vivimos una crisis sanitaria, económica, social y política sin precedentes, como se ha insistido en esta columna.

En Perú, hace tiempo que el Congreso se impuso sobre el Ejecutivo. La mayoría de los sectores sociales reclaman institucionalidad a los partidos políticos, gobernabilidad democrática en las decisiones y estabilidad económica. Está de por medio la celebración de elecciones generales en abril próximo para encontrar una salida hacia adelante. La designación apurada como presidente, hace unas horas, del congresista Francisco Segasti del centrista Partido Morado, fuerza política mayoritaria en Lima, reconocido por su capacidad para escuchar y construir consensos, debiera abrir el camino a una transición más o menos ordenada que permita el desarrollo de un país más equitativo. Intento en el que fracasó el presidente Vizcarra (sin el respaldo de un partido), centrado en combatir la extendida corrupción. Sagasti será el quinto presidente en 4 años, en un país profundamente agraviado, en el que los últimos 6 presidentes enfrentan acusaciones de malversación, lavado de dinero y sobornos; en el que, además, la mitad de los 130 congresistas están imputados por manejos financieros ilícitos. Según la CEPAL, la enorme crisis sanitaria y política hará que la economía peruana se contraiga en un 13 %, en un país en donde más de la quinta parte de la población sobrevive en la pobreza.

En Chile, están en juego los dilemas fundamentales que enfrenta las democracias en la región, luego de las violentas manifestaciones de octubre de 2019: las demandas para lograr con rapidez una mayor inclusión social, para conseguir la gobernabilidad democrática en un régimen presidencialista acotado, basada en el pleno respeto del Estado de derecho y la defensa de los derechos fundamentales, a fin de construir acuerdos fincados en el diálogo concertado que permitan redactar y aprobar un nuevo texto constitucional, el cual, en los hechos, debe tornarse un gran marco de entendimiento y de unidad nacional.

Se afirma, con razón, que reformar o redactar una nueva Constitución, -asunto fundamental en América Latina y en otras muchas regiones del mundo-, es la oportunidad de resolver el encuentro y desencuentro entre generaciones; de encontrar vías para avanzar con un sentido de dirección, habiendo visiones diferentes, en donde prevalezcan los valores de la libertad, de una vida digna, donde se garanticen los derechos a la educación, la salud, la vivienda, el trabajo, la protección al medio ambiente, a obtener una pensión digna, contando para ello con mandatos claros para los poderes del Estado efectivamente autónomos e independientes, en donde existan pesos y contrapesos entre ellos.

Sabiendo que algunos de los mayores desafíos económicos, políticos y sociales de larga data en la región están siendo amplificados por la pandemia del COVID-19, debemos prestarle la mayor atención a los distintos procesos que vienen sucediendo. Por ello quizás resulte posible, entonces, que Chile sea, de nueva cuenta, punta de lanza, y que sea el primer país latinoamericano, en ser capaz de superar los múltiples problemas políticos y sociales preexistentes y de recuperar la senda del crecimiento sustentable. Otros aprendizajes y perspectivas alentadoras pueden también derivarse del último proceso electoral que tuvo lugar en Bolivia, respecto de las divergencias recurrentes y la polarización política, si, como han anunciado el presidente Arce y el vicepresidente Choquehuanca, el gobierno que encabezan concentrará sus esfuerzos en reconstruir la economía, avanzar en la redistribución de la riqueza y privilegiar el diálogo destinado a resolver los problemas, consolidando las alianzas con las organizaciones sociales, sindicales, trabajando con los movimientos indígenas, atendiendo los sectores urbanos y las clases medias.

En la edificación democrática, el ejercicio del poder exige escuchar, entender y evaluar, para decidir el curso de acción, privilegiando la construcción institucional, no su destrucción. Corregir el camino andado y trazar hojas de ruta para hacer realidad las posibilidades de avance y cambio. En la siguiente entrega abordaremos hacia donde transitan Brasil y Colombia.

@JAlvarezFuentes

Escrito en: JORGE ÁLVAREZ FUENTES país, política, medio, presidente

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