Aquel hombre oyó una voz que le decía:
-Deja el mundo. Aléjate del trato de los hombres. Desprecia los goces que ofrece el amor de la mujer y renuncia al calor de un hogar, de una familia. Busca la soledad de un apartado monte, y en una cueva haz penitencia por tus culpas. Ayuna; mortifica tu cuerpo. Sólo así encontrarás la salvación. Sólo así tendrás sosiego, contentamiento y paz.
El hombre hizo todo lo que aquella voz le dijo.
Cuando llegó al final de su vida, sin embargo, se halló viejo, solo y triste.
Con voz doliente le reclamó al Señor:
-¿Por qué, Dios mío, me hiciste apartarme de mi prójimo; renunciar al amor humano; hacer violencia a mi naturaleza? ¿Por qué me inspiraste aquellos pensamientos?
Le contestó el Señor:
-No fui yo quien te los inspiré. Yo soy el amor y soy la vida. Esos pensamientos los puso en ti algún maligno espíritu contrario a la vida y al amor.
¡Hasta mañana!...