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Sobre Rubén Darío o el descubrimiento

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Sobre Rubén Darío o el descubrimiento

Sobre Rubén Darío o el descubrimiento

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Cuando era adolescente, me convertí en asistente regular del Coloquio Cervantino Internacional, un espacio académico en Guanajuato en el que se revisa la obra de Miguel de Cervantes. Los primeros años me costaba seguir el ritmo de los cervantistas, casi todos filólogos españoles que habían dedicado su vida al escritor español. Conforme pasaron los años, me emocionaba cuando terminaba una ponencia y no había perdido el hilo, o lograba hacer conexiones pequeñas entre una conferencia y otra. La presencia de mujeres como ponentes no era inexistente, pero sí reducida.

En mi segundo o tercer coloquio, es decir, a los diecisiete o dieciocho años (nerd por siempre), se presentó una edición del Quijote en la que Florencio Sevilla había trabajado años porque -según lo que recuerdo- había comparado palabra por palabra cientos de ediciones para analizar la evolución de ciertos términos en nuestro lenguaje.

Recuerdo haber pensado que era un trabajo maravilloso, pero de locos y pacientes.

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En el 2016, después de mi primer encuentro realmente cercano con la vida académica, en el que descubrí que no me faltaban intuiciones pero necesitaba controlar mis pasiones para que la mezcla de ambas llegara a buen puerto, decidí escribir una tesis sobre Rubén Darío, EL poeta latinoamericano, EL padre del modernismo, EL autor de 'Azul' y 'Sonatina', pero enfocándome en su trabajo como periodista.

Mis profesores estaban seguros de que mi amor por su poesía me había llevado a tomar esa decisión, pero en realidad no era mi poeta favorito. Ni siquiera mi modernista favorito. Lo había decidido siguiendo, como siempre, la línea académica de Susana Rotker y pensando que tal vez si le dedicaba mi vida a un poeta que casi no amaba, las pasiones que me ciegan estarían controladas.

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Una madrugada, intentando comprender una de las crónicas de 'España Contemporánea', la recopilación de cartas enviadas al periódico argentino La Nación para narrar la situación española después de la pérdida de sus últimas colonias, encontré, por un milagro, las crónicas de 1899 en un archivo digital de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, de Buenos Aires.

Había buscado esas crónicas originales en hemerotecas españolas, mexicanas y argentinas hasta el cansancio durante un año, sin éxito. Había encontrado cartas que habían despertado mi intuición pero no tenía un espacio para aterrizarla, más allá de un post-it permanente en mi computadora. Estaba ya resignada a trabajar sólo con el libro en su edición más aceptada. Y bastó un vistazo al PDF descargado del archivo para conectar los puntos que durante meses habían flotado en el aire.

A partir de ese momento, leí cientos de cartas que recibió y envió Rubén Darío, varios ejemplares de La Nación de 1899, comparé las ediciones de 'España Contemporánea' que pude encontrar, y busqué página tras página las huellas de Poe y Cervantes, aunque eso no quedó en la versión final.

Un trabajo de locas y pacientes.

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Este diciembre, leí por primera vez a Vivian Gornick, a sus famosas memorias 'Apegos Feroces'. En el prólogo, Jonathan Lethem rescata un momento que, para él, representa 'el momento en que una futura escritora cae en la cuenta de que simplemente es una escritora, para bien o para mal, y por muy confuso que sea el camino que se extiende frente a ella':

'Estaba escribiendo un ensayo, un artículo de crítica del doctorado que, sin previo aviso, había dado como fruto una idea, una idea radiante y bien definida', escribe Gornick. '[...] De pronto me di cuenta de que una imagen se había adueñado de mí: vislumbré con claridad su forma y su contorno. Las frases intentaban ocupar la forma. La imagen era la totalidad de mi pensamiento. En ese instante, sentí que me abría en canal [...] Experimenté gozo cuando supe que nada más podía igualarlo'.

Rubén Darío, que hubiera cumplido años el 18 de enero, representó para mí ese descubrimiento.

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Escribir y leer, como cualquier otra forma de arte, como elegir el outfit con el que te sientes completamente tú, te van enseñando distintas cosas sobre ti: escribir periodismo literario me enseña a ser empática, escribir una columna me enseña a enfrentar mi propia vulnerabilidad, escribir investigaciones académicas me enseña a perderle el miedo a los alcances de mi mente, a plantarme frente a lo que Vanessa Rosales, académica colombiana especializada en moda, siempre defiende: dejar de ser percibidas como 'arrogantes' cuando, como dice Siri Hustvedt, no nos disculpamos por nuestro conocimiento.

Las mujeres académicas de mi vida me han enseñado sobre la fortaleza que se necesita al pertenecer a ese mundo. Y tal vez si hubiera visto a más mujeres cervantistas cuando era adolescente, esa lección no hubiera tardado tanto tiempo en llegar a mí.

Escrito en: ITINERANTE escribir, vida, Rubén, hubiera

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