Editoriales

Poder y gobierno

Me gusta

LUIS RUBIO

A paradoja del poder es vieja y conocida: mientras más poder se tiene, menos se cuida su uso y, por lo tanto, mayor el riesgo de que se abuse. La economía mexicana creció durante algunas décadas en el siglo pasado gracias a que el gobierno era garante de la estabilidad política y mantuvo, por casi dos décadas, una estrategia económica saludable y adecuada a las circunstancias de México y del mundo en aquel momento. Cuando, en los setenta, el gobierno abandonó esos principios -estabilidad política y certidumbre económica- la economía se desplomó. El contraste entre esos dos momentos explica la naturaleza del problema que hoy enfrenta el país y por qué el camino por el que ha optado el presidente no será más benigno que entonces, cuando también se intentó, implícitamente, un "cambio de régimen".

La concentración del poder sólo es útil si se sabe a dónde se va y por qué. Parece evidente que, al sistemáticamente eliminar controles y limitantes a su poder, el presidente pretende recrear aquella era del siglo XX en que las cosas funcionaban bien sin reparar en que respondían a un instante específico de la historia. No es que pretenda destruir instituciones que regulan al sector petrolero y eléctrico o que facilitan el acceso a la información por el mero prurito de eliminar contrapesos "innecesarios", sino que considera que él, como sus predecesores de los sesenta, puede ser garante del destino del país. El problema es que se está comportando exacta y precisamente como los presidentes de los setenta, con la sola excepción del déficit fiscal. Es decir, la lección que él aprendió de los setenta no es que se acabó con la estabilidad política y la certidumbre económica, sino que el gobierno se extralimitó en materia fiscal. En una palabra, pretende recrear aquella época pero sin excesos financieros.

El resultado no será distinto, excepto que la agonía será más prolongada. El poder en los cincuenta y sesenta estaba muy concentrado, pero existía el límite de la estabilidad y la certidumbre y los gobernantes siempre sabían que cualquier violación en esa dimensión se traduciría en un severo costo económico. Los presidentes de aquella época no hacían y deshacían por medio de consultas amañadas o "patito", sino que negociaban sus acciones y decisiones con los poderes reales, como en cualquier sociedad.

El poder estaba concentrado, pero no era arbitrario. Eso cambió en los setenta por la súbita aparición de recursos crecientes en manos del ejecutivo, producto, primero, de la disponibilidad de deuda externa y, más adelante, por la promesa de ingentes recursos que producirían los nuevos yacimientos petroleros. Esos dos factores, la deuda y el petróleo (que se sumarían en la segunda mitad de esa década), cambiaron a México porque aquellos presidentes se sintieron libres para ejercer el poder sin contrapeso y sin consecuencia. Pero la consecuencia fue una década de recesión y casi hiperinflación en los ochenta y una enorme dificultad para recobrar la confianza de la ciudadanía y de los inversionistas y empresarios, sin los cuales la economía (la mexicana y todas las demás) no funciona. El presidente López Obrador quiere recrear la parte de esa historia que le acomoda, pero se olvida y desdeña el costo que tuvo entonces y que la pandemia ha acelerado y hecho inexorable.

Esa ceguera le ha llevado a tomar decisiones que tienen lógica en su visión anquilosada del país y del mundo y a cerrarse ante los enormes retos que hoy se enfrentan. Derrumbar instituciones como el INAI, la CRE y otras similares es fácil, pero cada una de ellas es un paso más hacia la hecatombe económica y política porque éstas se constituyeron no porque les gustaran a los presidentes anteriores, sino porque eran la única forma de conferirle certeza a la ciudadanía. Cada institución y proyecto que se destruye aliena a un sector de la economía o grupo de la sociedad, elevando la incertidumbre. México vive la paradoja de la certeza de la incertidumbre, ahí donde el progreso es imposible.

El país enfrenta retos formidables, esos que un gobierno debiera contemplar y anticipar para evitar sus males y superarlos exitosamente. Muchos retos, varios de ellos complejos especialmente para un gobierno guiado por tantos dogmas y prejuicios. El caso de la energía es paradigmático: lentamente, el mundo se va destetando del petróleo, mientras que aquí el gobierno espera magia de Pemex.

Las exportaciones son, con mucho, el mayor motor de la economía mexicana y nuestra principal exportación es automóviles y sus partes y componentes, una industria que con celeridad abandona la energía fósil. ¿Qué está anticipando el gobierno al respecto? ¿A qué empresas punteras en materia energética, eléctrica o automotriz está buscando atraer?

Mirando hacia el futuro, ¿Qué calcula que ocurrirá en materia comercial entre EUA y China y qué está preparando para que las empresas y sectores que tengan que salir de ahí vean a México con beneplácito? No menos importante, ¿Cómo anticipa la relación con Biden y qué riesgos geopolíticos percibe en la diversificación que ha promovido hacia China, Rusia y Venezuela? En una palabra, ¿Le importa el futuro o, de manera consciente o no, la única guía es Luis XIV?

@lrubiof

A tiranía siempre ha existido. Cambia con el tiempo, tiene muchos rostros. Es diferente la que padecen y/o ejercen los ricos y los pobres, la que domina en sociedades libres o en comunidades donde prevalece el fanatismo religioso o en países donde la política genera adláteres para sobrevivir. Ocupación, amistades, necesidad de reconocimiento, tiempo disponible, autoestima y afinidad por la tecnología de la comunicación son otras variables vinculadas, o no, con la tiranía y con la auto tiranía. Me ocupo de una de ellas. Se trata del Like de las redes sociales y del personal, el de los escritos en revistas o en periódicos. Su supremacía y presencia es abrumadora: pocos dicen "Me gusta" (lo mismo sucede en otros idiomas). El simple hecho de no traducir Like al español es una forma de opresión. No me agrada que los medios de comunicación se sometan al Like en vez de generar el icono Me gusta. La imposición de otro lenguaje sobre el nuestro es una forma de opresión. La tarea, para menguar el abuso debería consistir en no acostumbrarnos a acostumbrarnos, sino más bien, acostumbrarnos a no acostumbrarnos.

Like tiene, ya lo dije, al menos dos lecturas. El universo Like abarca todo y a todas las personas que miden y se miden por la manita que apunta hacia arriba o hacia abajo, i.e., dislike. Una suerte de autocracia contemporánea agazapada en un signo; una especie de paraíso o purgatorio dependiendo del número y de la inclinación del pulgar: ¿Voy bien?, ¿Gusto?, ¿Me aceptan?, ¿Me leen?; o bien, ¿Mi figura impone y molesta y por eso no llego a miles de Likes?, ¿Me desprecian?, ¿He escrito acerca de los abusos y torpezas de Facebook y sucedáneos y por eso el señor Mark Zuckerberg ordenó borrar la mayoría de mis Likes?, ¿Por qué ella, él y ello, o mejor aún, como circula en Argentina, todes, tienen más deditos hacia arriba si yo soy mejor, más guapo/a, más inteligente? Si la persecución puede no tener fin, la autopersecución -lo saben los psiquiatras y los hipocondríacos- casi nunca termina: si hoy mi artículo fue espléndido y cuenta con pocos Likes, ¿Me boicotean?, ¿Es por las vacaciones o por la pandemia?, ¿Cuándo es cuánto?, y, ¿Cuánto debe ser cuándo...?

La segunda lectura del Mundo Like proviene de las redes sociales cuyo tejido se deshilacha con la misma facilidad con la cual se teje: cunde una tendencia con fuerza y se olvida con la misma celeridad. El Mundo Like engulle. Quien lo venera se rinde ante él y le entrega parte de su existencia. Las generaciones like mantienen vínculos y dependencias in crescendo con ese mundo y sus similares. ¿Acaso habrá quien se suicide por sentir que el Mundo Like lo desprecia? Las redes sociales, también denominadas redes fecales, son tramposas: se ignora cuántas personas no leen temas ajenos a sus intereses, es decir, hay sesgo, levanta su pulgar o lo baja la población monotemática o pagada por alimentar dicho mundo. "Prenden" algunas tendencias, no todas: importa menos el contenido que la fuerza de quien las impulsa y se contagian o no debido a la avidez de quienes viven sumergidos en ellas. La popularidad implica no sólo el dedo hacia arriba. Para que la evaluación "sea real" debería explicar cuántas personas desdeñaron el mensaje y cuántas lo leyeron, cuántos Likes comprendieron el contenido y cuántos Dislikes se empaparon del mensaje antes de oprimir el botón.

Me disculpo: aunque ni he finalizado este texto ni lo he mandado al editor, debo correr a ver cuántos Likes he acumulado mientras divago y escribo. ¿Es la tiranía autoejercida la peor de las tiranías? Apenado, antes de acostarme en el diván, confieso: en ocasiones "mebusco" y disfruto mis Likes.

Escrito en: Me gusta gobierno, hacia, Like, poder

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas