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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

¿Qué vio doña Macalota al entrar en su recámara cuando no la esperaba su marido? Vio en el lecho conyugal a don Chinguetas, su casquivano esposo, ocupado en eróticos meneos con una morena de cuerpo acanelado, cabellera bruna y movimientos lascivos de odalisca o hurí. Al ver aquello doña Macalota prorrumpió en toda suerte de improperios, vituperios y dicterios contra el desleal consorte. Replicó don Chinguetas: "Cómo eres injusta, Macalota. Tú tienes tu club de jardinería, tu merienda de los martes, tu jugada de los jueves y los viernes. ¿Y yo no puedo tener ni un solo hobbie?". Babalucas viajó a la gran ciudad. Sus amigos del pueblo le recomendaron tener mucho cuidado: los rateros de ahí eran tan hábiles, le dijeron, que podían robarle los calcetines sin quitarle los zapatos. Fue Babalucas a una sastrería a fin de que le hicieran un traje. El sastre le tomó las medidas, que iba dictando a su ayudante. Le midió de la entrepierna al pie y dijo: "101". "¿Uno nada más? -exclamó Babalucas, angustiado-. ¡Ya sabía yo que algo me iban a robar!". Don Gerontino, señor de edad madura, cortejaba a la curvilínea Volupté, vedette de carpa. Le dijo: "Sé bien que ya no puedo darte lo mejor de mis años". "No importa eso -replicó ella-, con tal de que me prometa darme lo mejor de su chequera". Ni los hombres ni los pueblos pueden vivir sin mitos. Les sirven para explicar lo inexplicable, para engrandecer lo que es pequeño, para poner en sus vidas esperanza en vez de desesperación. Los mitos no han de ser calificados de mentiras: son representaciones simbólicas de una existente realidad. Advierto, sin embargo, que estoy sonando a dómine o magister, solemnidad de la cual huyo como de la peste o la pandemia actual. A lo que voy a decir es que uno de los mitos fundacionales que en México tenemos es el de Hidalgo como Padre de la Patria. Es un hermoso mito el del anciano de calvicie prócer y cabellos blancos que dio a nuestra nación la independencia. Lo cierto es que ni Hidalgo era un anciano, ni nos independizó de España, y lo más probable es que su breve y desastrado movimiento no haya tenido como mira nuestra separación de la corona española, como lo muestra el grito de batalla de sus huestes: "¡Viva Fernando Séptimo y muera el mal gobierno!". La verdad es que el autor de nuestra independencia es Agustín de Iturbide, que sin derramamiento de sangre -a torrentes corrió en la anárquica asonada del Cura de Dolores- consiguió nuestra emancipación de España. No es Iturbide el "consumador" de la independencia de México: es su autor. Absolutamente ninguna relación hubo entre su movimiento y el de Hidalgo, Allende y los demás. No me gusta citarme a mí mismo, pero soy el único que acude cuando lo cito. Escribí hace años un libro, "Hidalgo e Iturbide: la gloria y el olvido", en el cual narré "la otra historia de México", distinta a la versión oficialista impuesta por el Estado para sus fines de política. En esa obra digo que a Iturbide se debe también nuestra bandera, en cuyos tres colores simbolizó las tres garantías que buscó plasmar: unión, independencia y religión, factor este último de enorme importancia en aquel tiempo como elemento de identidad nacional. Venerable símbolo es nuestro lábaro, que nos convoca a la unidad de todos los mexicanos en torno de un propósito común: el bien de la patria, por encima de absolutismos imperiales como el que llevó a la ruina a Iturbide. Sea la fecha de hoy, Día de la Bandera, ocasión propicia para proponernos buscar la verdad en nuestro pasado, la unión en nuestro presente y la esperanza en nuestro porvenir. FIN.

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