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El bohemio

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MARCO LUKE

El eco de los pasos se amplifica en el ancho de la calle solitaria.

Son las botas negras de un bohemio siguiendo las huellas de una noche anterior, por supuesto, al llegar a la avenida, probablemente no se dirija al mismo balcón de ayer.

Lleva puesta una chaqueta de piel del mismo material que su calzado, esta vez, una camisa roja donde se mece suavemente un rosario que lleva en su memoria las calles recorridas y las noches de serenata.

Su guitarra colgada de la espalda ya no pesa, es parte de su cuerpo. A pesar de sus años, la madera sigue brillando impecable, ni un solo rasguño, sólo caricias y un par de manchas de vino derramadas mientras hacía su noble labor: conquistar a una mujer a la luz de las velas.

-El tinto- le platica su dueño mientras la afina -no se derramó querida amiga. Son besos del momento, y los momentos se guardan en los labios-

La luna acompaña su camino. Recorre la avenida principal bajo las luces somnolientas que no alcanzan a reflejarse en su cabellera azabache donde se resguardan sus ojos almendrados, resueltos a no desperdiciar la mirada en los curiosos vagabundos que le ven pasar sin zozobra alguna.

El nocturno frío es apaciguado con tragos de mezcal, pero también le reanima, y a pesar de los celos de la guitarra, comienza a entonar una canción amenizando su caminata.

Su paseo no es tan solitario, su inseparable compañera, la botella rellenada decenas de veces, no le ha abandonado ni una sola vez. La etiqueta desgastada apenas deja ver la marca del líquido agave "Rojas", signo de su fidelidad a sus decisiones y de la lealtad a sus ideales.

No lleva prisa a pesar de encontrarse lejos de la cama donde duerme sonriente la dueña de su noche.

No lleva prisa porque jamás le ha amanecido antes de la última canción entonada con su voz. Quizá, tenga algo que ver la complicidad de las cuerdas de su guitarra con la luna llena; quizá, sea la misma luna quien espera impaciente ser dueña de una de esas serenatas.

La armonía del primer "Do", abre con cortesía los ojos de la mujer detrás de la terraza.

Entusiasmada, pero no sorprendida, se levanta cautelosa, y con la suavidad de sus manos abre un poco la cortina, lo suficiente para dejar entrar a su recámara una canción que se grabará para siempre en sus sábanas; lo suficiente para ver los ojos del bohemio morir de amor por ella.

El vecindario perdió la cuenta de las canciones, pero nunca de los pasos haciendo eco en el corazón de la mujer quien aún, deja entreabierta su ventana.

Escrito en: Sorbos de café Las botas negras luna, bohemio, lleva, pesar

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