La indefensión de las pequeñas comerciantes

Mucho se ha hablado de los daños que ha provocado la pandemia del COVID 19 de un año a la fecha.

Por aquí y por allá escuchamos historias tristes de personas que han perdido a uno o varios seres queridos.

Sin duda el dolor que resulta de las pérdidas nos mueve a ser empáticos ante la situación por muy ajena que nos resulte.

Sin embargo, frente a la inconmensurable cantidad de noticias, fake news, descalificaciones y opiniones de expertos -y de otros que se dicen serlo- en redes sociales, muy poco nos hemos detenido a identificar las otras víctimas que permanecen invisibles ante la mirada de la sociedad.

Estas otras víctimas que a la postre han resultado verdaderas heroínas han sido gravemente golpeadas por la crisis económica que desató la situación sanitaria por el COVID y se conforma por un amplísimo número de mujeres jefas de familia, que con grandes esfuerzos, tesón y muchos sacrificios contribuyen al sostenimiento familiar respaldadas por las escazas ganancias que dejan pequeños negocios y proyectos productivos como todo su sustento.

Muchas de ellas han experimentado y siguen pasando por situaciones lamentables e insostenibles; la mayoría de las mujeres dedicadas al comercio en pequeño están al borde del colapso moral y económico.

En las vísperas de cumplirse un año del confinamiento, no se ven aún posibilidades de que la actividad social que sostenía sus negocios pueda recuperarse en el futuro inmediato. La mayoría no pierde la esperanza y se aferran al privilegio de haber vencido la enfermedad, el milagro que significa seguir con vida.

Según datos del INEGI, casi 6 de cada 10 familias tienen como principal y único sustento el ingreso proveniente de las mujeres; de éstas, una alta mayoría son comerciantes en pequeño y empleadas que ante el cierre de los comercios y negocios no esenciales vieron colapsadas sus actividades lo que por consiguiente redujo su movilidad y por lo tanto también sus ingresos.

Por poner un ejemplo; con el cierre de las plazas públicas, escuelas y centros de reunión, aunados a la limitación de las actividades en otros espacios, se ha impedido que las mujeres dedicadas a la venta de productos típicos como artesanías, dulces y alimentos, las que se emplean en la informalidad o las que proveen de servicios primarios a estos negocios no vean la puerta de salida. Si a las situaciones anteriores le sumamos la indiferencia y la falta de empatía, conciliación y negociación por parte de las autoridades reguladoras que más bien parecen empeñadas en hacer sucumbir y aniquilar a estas trabajadoras antes que permitir que ante la difícil situación puedan ganar unos cuantos pesos, pronto veremos un escenario de consecuencias catastróficas.

La convivencia diaria con el COVID 19 será un hecho del cual nunca jamás podremos divorciarnos, es por eso que el impulso a las actividades económicas y acciones de autosuficiencia y supervivencia deben permear en todos los órdenes de gobierno.

Aquella autoridad que represente el primer punto de contacto con los gobernados está obligado a emprender acciones inmediatas, sensibles y humanas que permitan a los ciudadanos que intentan ganarse la vida de manera honesta una rápida salida a flote sin tantos requisitos, trabas y castigos.

Los ciudadanos por nuestra parte desde donde quiera que estemos, -la empresa o la sociedad civil-, debemos mostrarnos cada vez más empáticos con estas pequeñas comerciantes, jefas de familia, sostenedoras de economía en micro a las que no les estorban las muestras de apoyo que podamos prodigarles.

Todos aquellos que tengamos la oportunidad sigamos siendo solidarios, nuestro país es más grande que cualquier obstáculo que se presente.