Cada noche esa sombra pasa entre las sombras.
La veo desde la duermevela y me parece reconocer a alguien. Luego el halo de tinieblas se desvanece en las primeras luces del amanecer, y ya no puedo ver quién es.
Una de aquellas noches su imagen quedó fija en el espejo, como una fotografía en el papel. Pensé que al día siguiente podría ver por fin el rostro de la sombra. Pero al siguiente día el espejo no estaba ya en su lugar. Había desaparecido.
Pasó el tiempo -esto sucedió antes de la pandemia, cuando el tiempo casi no pasa-, y recibí la llamada telefónica de un anticuario que suele buscarme cuando encuentra algo que me puede interesar. Me dijo
-Tengo un retrato suyo -me dijo-. No sé quién lo pintó, pero es usted.
Fui a verlo.
En efecto, el hombre del retrato era yo.
Lo reconocí, claro. Y reconocí también el marco del espejo.
¡Hasta mañana!...