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Peras y manzanas

La tragedia educativa

Peras y manzanas

VALERIA MOY

Camino sigilosamente detrás de uno de mis hijos mientras toma clases por zoom. Ninguno de los niños en la clase tiene la cámara prendida. Tampoco la maestra que comparte a ratos una pantalla con una presentación de PowerPoint y de tarea les deja ver unos videos en YouTube. Existe cierta interacción, la maestra pasa lista y de repente pregunta directamente a los alumnos. Ellos cada vez más distraídos. Cada clase tiene reglas distintas, en algunas es obligatorio que los alumnos tengan la cámara prendida, las tareas son en línea, aunque en ocasiones hay que mandar imágenes del trabajo hecho. Mientras toman clase, los niños chatean. Hace poco las batallas eran para que los niños se alejaran a ratos de las pantallas; hoy simplemente no pueden hacerlo. La educación, la interacción con los profesores, la socialización misma -si es que puede considerarse así- se hace a través de los dispositivos.

Para muchos niños esa interacción escolar es inexistente. La televisión se ha convertido en el profesor. Nadie a quien preguntarle dudas y nadie que las responda.

Al principio de la pandemia se hablaba de las bondades de la educación en línea, el gran logro que representaba que los niños y los jóvenes pudieran conectarse para seguir aprendiendo. Para mí, la educación en línea no es más que un sustituto muy imperfecto de la presencial. Habrá excepciones, desde luego. Habrá estudiantes a quienes este modelo les funcione y les acomode incluso más que la presencial. Habrá también profesores extraordinarios que le dediquen tiempo y esfuerzo a preparar clases bajo el nuevo modelo. Pero no puedo más que pensar que este año pandémico será un año perdido en términos escolares.

Ni las autoridades educativas ni las escuelas se atrevieron a explorar alternativas. Cambiar el currículo de cada curso; enfocarse en ciertos temas; hacer quizás clubes de lectura o de cine para aprender historia. Más de un año en pandemia y la situación escolar no hace más que empeorar. Los datos publicados por el Inegi nos dan una muestra de lo sucedido.

Más de 738 mil alumnos no concluyeron el ciclo escolar pasado y esgrimieron como razón principal alguna causa relacionada con COVID. Un porcentaje mayor de niños que de niñas abandonaron la escuela y dadas las razones del abandono no sería extraño pensar que se hayan incorporado al mercado laboral. Para el ciclo escolar actual no se inscribieron 2.3 millones de personas por razones relacionadas con la pandemia y otros 2.9 millones no lo hicieron por falta de recursos. Estos dos grupos representan 9.6% de la población de 3 a 29 años. Una cuarta parte de quienes no se inscribieron señaló que sus padres o tutores se quedaron sin empleo a raíz de la crisis y más de una cuarta parte manifestaron que las clases a distancia no sirven para el aprendizaje, resultado poco sorprendente dado que el 65.7% de los estudiantes tomó clases en un teléfono celular.

El sistema educativo en México deja mucho qué desear, lleva décadas rezagado y no tiene ninguna visión de futuro. Este año le ha dado una estocada. Ni las escuelas, ni la SEP, ni la secretaria a cargo están preparados para el reto. El país ha perdido generaciones de talento por el pobre sistema educativo. Este año ha hecho que la pérdida sea mucho mayor.

Twitter: @ValeriaMoy

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