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Despilfarro y desobediencia

SOBREAVISO

RENÉ DELGADO

El gobierno y su partido perdieron el paso y trastabillan. En el tropiezo, sin darse cuenta lastiman o vulneran su proyecto, al restarle viabilidad y perspectiva.

A lo largo de estos últimos días, el uno y el otro tuvieron lances desesperados o propios de quien, habiendo jugado su capital político en una apuesta, advierte la posibilidad de no ganar la partida y no estar seguro de traer con qué cubrir el compromiso.

La austeridad y disciplina en la economía es despilfarro y desobediencia en la política. Entre las ventajas del gobierno y su partido sigue contando, desde luego, la nulidad de la coalición partidista opositora, pero no la resistencia de actores, factores y grupos de interés y poder, resueltos a frenarlos.

Si la frivolidad de Vicente Fox y la corrupción de Enrique Peña Nieto explican en cierta medida el fracaso de su paso alternado en el poder presidencial, la soberbia y la terquedad -disfrazadas de humildad y tesón- amenazan con erigirse en una de las causas del fallo en la oportunidad del presidente Andrés Manuel López Obrador de convertir la alternancia en una alternativa.

En la campaña para acceder al poder, el tabasqueño reconoció con inteligencia cuatro cuestiones clave. La necesidad de fundar e impulsar su anhelo en un movimiento amplio y plural, al punto de implicar posturas encontradas e incluso contradictorias. La urgencia de traducir el hartazgo y el malestar social en votos a favor de una opción política. La construcción de un discurso firme en el propósito de emprender un cambio radical, pero moderado -sin sobresaltos ni rupturas- en la forma de llevarlo a cabo. La importancia de sumar, en vez de restar apoyos.

Concluida la campaña y coronado el anhelo, vino un giro cada vez más acelerado. Del mandato recibido se hizo una interpretación personalísima, vinculada con exageración a la titularidad individual del encargo y desvinculada con temeridad del consejo de colaboradores y la crítica de aliados y adversarios. Una interpretación más desbocada que libre, incapaz de reconocer frontera y circunstancia.

En el tránsito del acceso al ejercicio del poder, de los pilares de la plataforma de lanzamiento se hizo una estructura desechable, sin reparar en la necesidad de adecuarla al nuevo momento.

Si la composición y el carácter de aquel movimiento le daban horizonte en el acceso al poder, le imponían límite en el ejercicio. Si el hartazgo y el malestar social reclamaban velocidad y certeza en la acción de gobierno, se incurrió en precipitación y errores. Si el discurso del candidato al del gobernante sufriría por naturaleza ajustes en tono y modo, se dio un viraje en sentido contrario: se relegó la moderación y se extremó la firmeza. Si el cambio radical exigía sumar apoyos, el apresuramiento en la actuación derivó en resta, perdiendo colaboradores que fungían como contrapeso y generaban equilibrio, así como embistiendo a sectores, grupos, movimientos y actores que, aun con reticencia, compartían la idea de sacudir al régimen a partir de mitigar y contener desigualdad, corrupción e impunidad, además de reposicionar al Estado ante el mercado.

Al descuido de la interpretación del mandato, del equilibrio en la composición del movimiento-partido, la velocidad en la acción de gobierno, el tono del discurso, el apoyo a la causa, así como de la lógica reacción y resistencia al cambio, se agregó la pandemia. Ante ella, no hubo capacidad de entender y mesurar su efecto devastador y, por consecuencia, replantear el alcance del mandato y el cambio pretendido, calculando con serenidad y posibilidad qué seguir haciendo y qué dejar de hacer.

Se apretó el paso y vino el tropiezo. Si en el acceso al poder la circunstancia favoreció la estrategia de campaña, en el ejercicio del poder la circunstancia subraya la impericia en el gobierno. No se trata de regresar al gradualismo a paso lento que, en su morosidad, anula el cambio, pero tampoco de acelerar el paso sin tener cabal dominio del terreno. No se trata de negociar en modo claudicante, pero sí en modo concertante.

En estos días -por no decir, últimas semanas-, el gobierno y su partido actúan con desesperación o angustia, protagonizando lances de destino incierto en distintos frentes y haciendo de la contradicción semilla de la incongruencia.

Esa actuación ensancha el margen de maniobra y fortalece a grupos y personalidades simpatizantes que confunden elección con revolución, fuerza con razón, ambición voraz con anhelo legítimo y capricho con derecho, al tiempo de abrir al gobierno y su partido flancos donde no tendrían por qué librar batallas y exponerlos a reveses que pueden ser letales al proyecto.

Si de suyo es absurdo despilfarrar capital político, peligroso es animar la desobediencia ante la autoridad electoral, como lo hace el indefendible candidato defenestrado al gobierno de Guerrero, Félix Salgado Macedonio; el dirigente de Morena, Mario Delgado, al proponer renovar o exterminar al instituto; o, incluso, el propio mandatario al impulsar un acuerdo en favor de la democracia y, de inmediato, incumplirlo al escudar desplantes antidemocráticos.

Animar esos conflictos y tolerar la desobediencia, al tiempo de pretender limitar el rol del sector privado y ampliar el del sector público en el campo del petróleo y la electricidad, corazón de poderosos intereses, es poner en riesgo la viabilidad del proyecto y colocarlo al borde de un fracaso.

El equipo de Sheinbaum

Nobleza obliga. El meticuloso trabajo y la eficiente organización de la campaña de vacunación desarrollados por el equipo de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, es digno de reconocimiento. Enhorabuena.

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Escrito en: Sobreaviso gobierno, paso, partido, poder,

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