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¿Y luego?

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Bien la conjugación de principios y pragmatismo, la búsqueda de acuerdos, la carta, el mitin... y ¿luego?

Más allá de la altanería del cadenero de la buena vecindad y la asociación México-Estados Unidos y del celo al dogma desbocado de las calificadoras crediticias por defender un modelo (neoliberal) de desarrollo que no da más de sí, es menester tomar providencias. Pese a ubicarse en polos encontrados, la amenaza arancelaria y la descalificación financiera atenazan la esperanza de ensayar un nuevo entendimiento y equilibrio hacia dentro y hacia fuera de México y anticipan una temporada peligrosa que, en un descuido, podría dar lugar a una debacle.

El desafío del gobierno de Andrés Manuel López Obrador mayor no puede ser. Si el mandatario no quiere formar parte del elenco de estadistas miniatura que hicieron de su administración el ejercicio del no poder, está obligado a imprimirle flexibilidad, apertura y humildad a la acción inteligente de gobierno, buscando equilibrar el querer con el poder y los principios con el pragmatismo.

Tras el mitin de Tijuana, no puede seguir la manifestación en la Plaza de la Constitución porque, luego, sólo restaría la queja y el lamento.

En la escala de intereses -imposible hablar de una escala de valores- de Donald Trump no importa tanto el cruce fronterizo de personas, mercancías, armas y drogas, como la bandera electoral que galvanice a sus seguidores y le deje acariciar la idea de prolongar su estancia en la Casa Blanca, así acabe con un cuarto de siglo de entendimiento con su vecino.

No le inquieta mucho verse sujeto a proceso por el Congreso de su país porque, a fin de cuentas, aun habiendo obstruido a la justicia en la indagatoria relativa a la trama rusa, que tan buenos beneficios le produjo, sabe que los demócratas dudan si sentarlo en el banquillo y, entonces, en su mira apunta a la reelección.

En esa tesitura, no es extraño que coincidiera la amenaza de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas si, de este lado, no se frena de golpe y porrazo la migración con el inicio de la ratificación del nuevo tratado de comercio y el anuncio oficial de su afán reeleccionista a formularse en Orlando, Florida, el próximo martes 18 de junio. Una absurda contradicción, propia de un hombre incongruente.

En ese punto, el gobierno mexicano cometió tres errores. El primero y original, el vaivén en la política migratoria. El segundo y principal, no leer bien las reiteradas señales enviadas por el emperador de los chantajes en torno a su molestia por la creciente migración centroamericana con destino a Estados Unidos. El tercero y coyuntural de cara a la amenaza reciente, enviar e integrar una importante misión a Washington sin incorporar a las autoridades responsables de la migración y la seguridad. El tema, obviamente, no era comercial.

Y, en el telón de fondo del diferendo, la bandera electoral que tanto ansía Donald Trump y que, desde luego, agitará cuantas veces sea necesario durante el año y medio que media hasta los comicios en Estados Unidos. No le preocupa alcanzar acuerdos, sino aplicar castigos, susceptibles de presentar como trofeos en Orlando... y donde los requiera en la travesía.

Trump tiene claro que de las muchas locuras y agresiones emprendidas contra éste o aquel otro país, México es la víctima propiciatoria. La magnitud de la asimetría le permite decir: "ellos nos necesitan, nosotros no". De ahí, la importancia de calibrar bien qué sí y qué no se puede negociar.

No dar de más porque seríamos la presa favorita.

A la tensión prevaleciente se agrega la actitud de las calificadoras que, aún con un compás de espera, resolvieron lanzar su sentencia y, así, agravar el apuro del gobierno. Tenían margen, pero no lo guardaron.

Por naturaleza, cualquier intento por apartarse del modelo que ellas impulsan y arbitran atenta contra su razón de ser y, entonces, no cabe ninguna profecía distinta a la suya. Como quiera, su calificación y descalificación fortalece o debilita la posibilidad de matizar o replantear el modelo de desarrollo dominante y, en esa circunstancia, el gobierno está obligado a ajustar su acción sin perder la dirección y el rumbo del proyecto.

Un proyecto que, es menester decirlo y reconocerlo, disminuye la capacidad de operación del gobierno por los recortes justificados e injustificados que cubren agujeros abriendo otros y, en el rejuego, frustran la posibilidad de encarrilar un cambio sin ruptura.

Pese a quienes ven en la coyuntura ocasión para asestar un golpe al gobierno o profundizar la polarización de la cual se quejan, el mitin de mañana en Tijuana reivindica ese valor disminuido que es el de la dignidad, pero no finca una política de resistencia a la agresión y protección del proyecto.

Guardar la vertical exige, por un lado, construir la unidad que con tal facilidad se convoca y, por el otro, equilibrar con seriedad y sacrificio el querer con el poder.

Hacia dentro es menester mandar señales claras en favor de la inversión, reconsiderando realizar obras como la del aeropuerto en Santa Lucía y la refinería en Dos Bocas, así como pausar otras como la del Tren Maya. No quedaría en duda quién manda porque, en la rectificación, se advertiría el dominio.

Hacia fuera, sí, es preciso fortalecer la vigilancia en las fronteras sin convertirse en el guardián del rey de la unilateralidad y la ignorancia, convocar a una cumbre regional del centro y norte de América y llevar a Naciones Unidas el problema. Abordar no sólo el efecto, también la causa por la cual la gente deja atrás raíces y memoria.

Es momento de evitar el funeral de la esperanza. Eso exige humildad y flexibilidad en su principal abanderado.

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Escrito en: Sobreaviso gobierno, que,, migración, menester

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