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¿Por qué no te callas?

Juan Francisco Arroyo Herrera

Tengo la certeza de que periódicamente degusta usted una generosa ración de mole; una abundante dotación de asado y unas deliciosas enchiladas artísticamente servidas y adornadas con una abultada guarnición de arroz. Quizá ha dado cuenta de los tres platillos al mismo tiempo, aunque luego su estoico estómago le reclame mandándole unas agruras, si no es que una indigestión que momentáneamente le quita el deseo de volver a probar esas suculencias, pero pasados dos o tres días con el pretexto de que cumple años de que salió del kínder, compró su primera bicicleta o dio su primer beso, vuelve a pedir los enumerados manjares.

Claro, se concreta a comer la mexicana comida, sin investigar el proceso de elaboración. Sólo sabe que la receta pertenece a la tía Concha, a mamá grande o al abuelo. Aunque sabrá usted que para el propósito de esta colaboración no me interesa que lleve almendras, chocolate, cacahuate, ajonjolí y otros ingredientes. No, quiero hacer énfasis en que el quid de aquellos antojitos es la exacta combinación entre la sal y el azúcar. Si no se le agregan esos dos elementos con una marcada medición, habrá elaborado lo que usted quiera, menos lo que buscaba.

Es tiempo ya de decirle, que no voy a competir con ningún renombrado chef, ni estoy abriendo una sección de recetas de cocina. Recurro a los típicos alimentos, para destacar la ley del equilibrio universal. Lo dulce y lo salado, así como existe la luz y la sombra. Pasando al plano científico, tenemos que en física, química, mecánica, etc., existen fuerzas, fenómenos y factores de equilibrio. Tanto en el magnetismo como en la electricidad hablamos de un positivo y de un negativo y cada uno de ellos cumple una función muy específica en las disciplinas que estamos comentando, todo ello para conseguir el balance, que aunque no lo crea es en bien de la humanidad.

Pero todo lo anterior lo he venido citando para justificar este comentario, a propósito del incidente suscitado en la cumbre de los mandatarios de Iberoamérica, que recientemente se celebrara en Chile, el cual en mi concepto fue provocado por el Rey de España, cuando espetó a Hugo Chávez, presidente de Venezuela ¿Por qué no te callas?; si éste lo único que recriminaba a España era la descarada intromisión de José María Aznar López, en su época de dignatario, al avalar tácitamente el golpe de Estado fraguado por un reducido grupo de militares contra el controvertido mandatario sudamericano.

Los mexicanos somos los menos indicados para criticar a Hugo Chávez. Recordemos que Fox también le dijo a Fidel Castro ?Comes y te vas?, si no en el mismo tono que el Rey, al menos en el mismo sentido. Hugo Chávez puede tener todas las extravagancias del mundo, pero representa un factor de equilibrio de los países latinoamericanos, y yo diría que del resto del mundo, frente a los países poderosos, que a toda costa quieren conservar su hegemonía, pero basados en el imperialismo y no en la solidaridad internacional. No podemos seguir callados, y el propio Chávez lo dijo: ?Ya hemos permanecido callados quinientos años?, y es tiempo de hablar o si se quiere, y se requiere, de gritar.

Tanto el Rey, como José Luis Rodríguez Zapatero, no tenían razón de defender el intervencionismo de José María Aznar López en Venezuela. Aznar siempre fue metiche, pues él junto con Tony Blair (Antonio para los mexicanos), de Gran Bretaña, en comparsa con Estados Unidos, también se fueron a meter en Irán y los dos pagaron las consecuencias. Aquel y su partido perdieron en España y Toño fue despedido recientemente de Gran Bretaña; consecuentemente, el Rey hizo un berrinche ajeno o quizá lo hizo precisamente porque le pesó lo que pasó.

En lo personal, lo que más me molestó del Rey fue el tono en que se dirigió, no a Chávez, sino a toda América, exceptuando la del Norte. Pienso que el ilustre español tuvo una laguna mental, y creyó que todavía estábamos en la conquista. Quizá así se dirigían los monarcas españoles en aquellos años. Vea en las reseñas de la prensa y se nota en el rostro del iracundo político la indiferencia, la indignación, y sobre todo el desprecio con el que ve a su interlocutor. Renombrados analistas políticos desaprueban el exabrupto, del Rey. En todo el escrito, lo he denominado así, por que así se le conoce, mas para mí el único rey es el de José Alfredo Jiménez.

Escrito en: José, mismo, Hugo, usted

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