Dentro del Día internacional contra el trabajo infantil han aparecido datos e informaciones que ponen de manifiesto el sistema de explotación que sufren los niños del mundo y de México. Se tienen estadísticas de que en nuestro país son explotados más de 3.5 millones de niños entre los 5 y los 17 años de edad. En la industria agropecuaria los menores explotados son más de 280 mil; en la manufacturera más de 400 mil; en el comercio medio un millón; en servicios 800 mil. Detrás de estas cifras se encuentra como causa inmediata la miseria, el deterioro del núcleo familiar, la falta de empleo del jefe de familia y la avidez y beneficios que representa para muchos mexicanos explotar a los menores. Con ello evitan pagar salarios justos, burlar al fisco, al IMSS, al Infonavit y violar la Ley Federal del Trabajo. La crisis económica ha incrementado la incorporación de niños al mercado laboral, fundamentalmente en el sector doméstico y el informal. Esto origina que los menores tengan mínimo acceso a la educación con todas sus fatales consecuencias. En ello coinciden los expertos y las organizaciones internacionales como la OIT y Unicef. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en la actualidad 218 millones de niños trabajan en el mundo, y uno de cada 12 lo hacen expuestos a las peores formas de trabajo infantil, entre las que destacan seis: la agricultura, los soldados, las redes de comercio sexual, el servicio doméstico, en minas y canteras, y el tráfico de niños. Si a este problema se suman la pornografía y prostitución infantil, el tráfico de órganos que se hace, especialmente en varios países africanos para involucrarlos como soldados dentro de las guerras tribales y por el poder de lideres y ambiciosos, llegamos a la fatal conclusión de que nuestro mundo se encuentra realmente podrido y que no tiene ni para cuándo componerse. La explotación de los menores no es cosa nueva. La historia de la humanidad viene registrando de manera reiterada que todos los pueblos, hasta los más cultos y civilizados, han fomentado el sistema de explotación infantil. Al efecto recordamos muy especialmente a los niños explotados en las minas de carbón de Inglaterra e Irlanda; a los niños explotados durante la Revolución Industrial en Europa; el abuso y aprovechamiento de los niños indígenas por parte de los conquistadores españoles y durante los 300 años del virreinato, que los utilizaban para explotar las minas y extraer la plata y el oro que se enviaba a la capital del reino español desde México y el Perú. Estos niños indígenas posteriormente fueron también destinados a realizar las tareas más duras e ingratas en el medio rural, en el minero y en la incipiente industrialización del país y en los tiraderos de basura. Situación que sigue hasta la fecha. La explotación de los menores ha sido un sistema de producción similar al de la esclavitud, tolerado y admitido por diversas sociedades de muchos países. Tanto por los altamente industrializados con una economía importante, pero también, y más señaladamente, por los países pobres o llamados del tercer mundo. Mientras nuestra economía no crezca y la pobreza se siga enseñoreando en nuestros campos y nuestras ciudades, la explotación infantil no podrá desaparecer. Seguiremos siendo un país en donde su riqueza más valiosa, como lo es su niñez, seguirá siendo víctima de la pornografía infantil, el tráfico de órganos, la explotación en los tiraderos de basura, en los campos agrícolas, en los yacimientos mineros, en los mercados, en las centrales de abastos, en las maquiladoras y en la vía publica. Ahí tenemos, todos, un muy grave pendiente que resolver.