L A alcaldesa de Monterrey, Margarita Arellanes Cervantes, demostró dos cosas en un solo acto: la primera es que no se necesita ser católico, mocho, sinarquista del Bajío para hacer actos exhibicionistas de fe; y segundo que en la separación entre iglesias y Estado en este país hay tres niveles de gobierno pero una sola simulación verdadera.
Entregarle las llaves de la ciudad a Cristo es un acto de populismo barato y un abuso de autoridad, pues en este caso el que las recibe, ahora Cristo, no tiene manera de defenderse. Pero encima, ni siquiera se traté de algo original, pues sólo en Nuevo León otros dos presidentes municipales hicieron lo mismo en diciembre y enero pasados: César Garza Villareal, alcalde de Guadalupe, y Rodolfo Ambriz Oviedo, alcalde de Juárez (el neo-mochismo evangélico ya no respeta ni a Juárez ni a la virgen). Pero también en Ensenada, Baja California, el alcalde Enrique Pelayo, hizo el mismo show hace unas semanas. Ninguno de los tres tuvo la repercusión mediática que tuvo el acto en Monterrey porque, ni modo, el tamaño sí importa, pero para efectos prácticos y legales es exactamente lo mismo.
Más allá de que estemos de acuerdo o no con estas violaciones, aparentemente poco trascendentes, del Estado laico, es evidente que la cuarta entrega de llaves de la ciudad a Cristo en seis meses, en reuniones organizadas por grupos evangélicos, nos habla de algo sistemático, proselitista y organizado, y no de una ocurrencia. Hay claramente un interés proselitista común entre los grupos evangélicos y los alcaldes. Podemos decir que cada acto en sí mismo no es grave, es anecdótico y lo que refleja es más el nivel de nuestros alcaldes que una amenaza al Estado laico, pero los cuatro juntos sí son un tema que Gobernación debería atender porque lo que ahora es una anécdota mañana será en un problema de carácter electoral.
No se trata de generar una política intolerante y hay que tener mucho cuidado de no crucificar (valga la expresión)este tipo de actividades proselitistas po
R su origen, cuando hay otras igualmente contravenientes del Estado laico que realiza la Iglesia Católica. Es un tema permanente, delicado y con fronteras movedizas. La defensa del Estado laico y la clara separación del Estado (y por lo mismo de sus representantes) de las iglesias tiene un solo objetivo: asegurar el derecho de creencia de todos. Solo desde el laicismo el Estado puede ser garante de la libertad de credo. Por más que parezca simpático e inofensivo un alcalde no puede entregar las llaves de la ciudad, que es un acto de Estado, a una figura o imagen religiosa.
La aparición recurrente de Nuestro Señor de las llaves es una señal de alerta.