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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

En la calle de la Luz, en Sevilla, había un pequeño altar con la imagen de un Cristo crucificado. Cuantas veces don Juan pasaba ante él hincaba la rodilla en tierra, se descubría devotamente y en silencio rezaba una oración.

La noche misma en que murió don Juan atravesado por la espada de un rival, la imagen desapareció. Inútilmente la buscaron por todas partes los vecinos. ¿Quién había cometido aquel sacrílego hurto?

El cuerpo de don Juan yacía en la capilla de los franciscanos, vestido con el hábito de la Tercera Orden. Alguien notó de pronto que las manos del muerto, antes vacías, tenían ahora el Cristo de la calle de la Luz. Sobre el pecho de aquel gran pecador, como sobre otro Gólgota, estaba el Crucificado.

Nadie pudo quitarlo ya de ahí. En vano trataron de arrancar el Cristo del pecho de don Juan. Parecían los dos un solo cuerpo. Así, juntos, fueron a la tumba. Así, juntos, están.

¡Hasta mañana!...

Escrito en: Mirador Juan, Cristo, calle, pecho

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