Aquel demonio echaba espuma por la boca. Torcía los ojos y lanzaba horribles miradas que ponían terror en quienes lo veían.
Mostraba los colmillos, como fiera, y luego se mordía con ellos lengua y labios hasta hacerse sangre.
Arqueaba el cuerpo; daba manotazos y patadas. Los pelos se le erizaban en la nuca igual que los de un animal enfurecido.
Lanzaba tremendos ululatos y profería blasfemias y maldiciones que espantaban a quienes las oían.
Pasó un caminante y vio al demonio que se contorsionaba y se retorcía en el suelo.
Preguntó, temeroso:
-¿Qué le pasa?
Le dijeron:
-No te acerques. Está poseído por el hombre.
¡Hasta mañana!...