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PADRES E HIJOS

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IGNACIO ESPINOZA GODOY

Hace algunas décadas (en los años sesenta y setenta, concretamente), los padres de familia tenían tal control sobre el comportamiento de los hijos, que generalmente no recurrían a la violencia física o verbal para hacer que éstos obedecieran cualquier orden que se les daba, pues ante cualquier señal de lo contrario los vástagos ya sabían a qué atenerse si se rebelaban. En esos tiempos, bastaba una mirada para conocer el contenido del gesto y se acataba al instante, aunque no se estuviera de acuerdo con lo que los progenitores mandaban, pues su autoridad se imponía contra todo y contra todos.

Eran otros tiempos, es cierto, pero a quienes nos tocó vivirlos sabíamos que no había opción ante una orden, pues aunque ésta fuera injusta había que seguirla al pie de la letra, pues de lo contrario sí se daría pie para un castigo, que en ocasiones consistía en un par de nalgadas, un cinturonazo (o varios, de acuerdo con la gravedad de la falta) o, en casos extremos, hasta golpes en diferentes partes del cuerpo, lo que ya era una sanción severa por la desobediencia continua o por el hartazgo que sentían los padres de familia por parte de los hijos.

Por supuesto que los castigos excesivos sí se condenaban, ya que la violencia intrafamiliar siempre ha existido en todos los tiempos de la humanidad, pero por lo general el respeto hacia las figuras paterna y materna era más notorio que en la actualidad, ya que ahora se ha perdido la autoridad de los progenitores debido a que no se han sabido imponer ciertos límites en las normas de convivencia dentro y fuera del hogar, pero principalmente en el seno de la familia, lo que ha derivado en que la disciplina se ha relajado y no haya ese mínimo de reglas que permitan la relación armónica entre padres e hijos.

Lamentablemente, la falta de aplicación de los referidos límites tiene como consecuencia que los hijos hagan y deshagan a su antojo dentro y fuera del hogar, sin que sus padres intervengan para regular ciertos comportamientos o actitudes que van contra la autoridad que los padres deben ejercer y hacer valer como cabezas y guías de la familia. Sin embargo, los progenitores no siempre saben qué hacer para poner orden en ese aspecto, pues temen que un regaño les puede distanciar de los hijos o generar un conflicto mayor, así que terminan por dejarlos libres, sin reglas qué seguir, para que todo siga igual, sin aparentes problemas con los vástagos, cuando sucede todo lo contrario: los problemas crecen a tal grado que conforme transcurre el tiempo es más complicado solucionarlos.

Claro que a ningún padre le gusta que sus hijos lo vean como un tirano al que le satisface que sus órdenes se cumplan inmediatamente y al pie de la letra, pero está más que comprobado que nuestros vástagos desean tener una figura de autoridad que los guíe por el camino correcto, a pesar de que no siempre estarán de acuerdo con lo que se les prohíbe o se les manda. Al final del día, créame, amable lector, los hijos sabemos discernir sobre lo justo y lo injusto, una vez que analizamos, con la cabeza fría, las órdenes y las restricciones que nos imponen los progenitores.

En lo personal, no soy partidario de la violencia verbal, ni mucho menos de la física, por lo que me inclino más por el diálogo y la comunicación constante y frecuente con los hijos, antes de pensar en un castigo que implique golpes o agresiones de cualquier tipo, pues ninguna de estas opciones nos sirve para solucionar los problemas ni para corregir conductas o actitudes inadecuadas de los hijos cuando éstas transgreden las normas que rigen las relaciones de la familia.

A pesar de que el que esto escribe fue educado en el seno de una familia cuya madre sí utilizó la violencia verbal y física para castigar hasta la más mínima desobediencia, creo firmemente que las agresiones, en ninguna de sus expresiones, no se justifican en aras de pretender corregir el carácter de los hijos, ni para imponer un castigo, ya que existen otros medios para hacer valer la autoridad y respetar las reglas no escritas que deben prevalecer dentro del hogar.

Hay una frase popular muy sabia y que reza en el sentido de que "la violencia sólo genera más violencia", y creo que esta expresión es perfectamente aplicable a la convivencia que se desarrolla en el seno familiar, la cual debería cimentarse sobre bases de respeto, amor, comprensión, comunicación, solidaridad y tolerancia, entre otros muchos otros valores que debemos fomentar los padres de familia para no vernos tentados a recurrir a la violencia como instrumento para corregir a los hijos o para que éstos obedezcan las órdenes que en ocasiones les damos.

Por ello, los padres estamos obligados a ser un buen ejemplo en la aplicación de los mencionados valores, de tal manera que nuestros hijos también sean un reflejo de lo que observan y aprenden en el hogar, en el sentido de que la violencia no se justifica en ningún contexto o circunstancia.

Escrito en: Padres e hijos NOSOTROS violencia, hijos, padres, pues

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