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El llamado a robar

JESÚS SILVA-HERZOG

JESÚS SILVA

Javier Duarte es la rutina de la corrupción llevada hasta el delirio, decía Héctor Aguilar Camín hace unos días. Un monstruo ordinario. Lo único que lo separa de otros sátrapas locales es la dimensión de su locura, la magnitud de su torpeza. Las reglas de nuestro federalismo están hechas para la arbitrariedad: disponer fortunas sin rendir cuentas. Duarte siguió la norma para llevarla a su extremo. Se ha dicho muchas veces: el fin del viejo centralismo no dio origen a un equilibrado régimen federal, sino a la proliferación de autoritarismos regionales. Las autonomías se estrenaron despóticamente. Dejaron de rendirle cuentas al centro, es cierto. Pero no encontraron, en su entorno, límites firmes. Surgieron así autocracias locales que hicieron y deshicieron a su antojo. Fueron bautizadas por un caudal de recursos. Los estados nunca habían tenido tantos recursos como los que recibió de la segunda bonanza petrolera. La dilapidación de esa abundancia es uno de los crímenes económicos más graves que ha sufrido el país.

Los recursos que los estados recibían desde principios de siglo se multiplicaron significativamente. Entraron a una bolsa oscura de cuyo destino apenas podíamos enterarnos. Los dos gobiernos panistas fueron incapaces de detener el desfalco rutinario. Alegaban que las leyes les impedían actuar para detener el latrocinio. En la medida en que los gobernadores controlaban los poderes locales, no había manera de disciplinarlos y, menos aún, de castigarlos. Pero en esta corta historia de emancipaciones pervertidas debe advertirse un cambio relevante Tuvo lugar en la segunda alternancia, en el momento en que el PRI recuperó la presidencia de la república, a fines de 2012. El gobierno de Javier Duarte parece el símbolo perfecto del mensaje que la victoria de Enrique Peña Nieto envió a los priistas.

Los extraordinarios reportajes de Animal político revelaron que, desde su llegada al gobierno de Veracruz, Javier Duarte diseñó una compleja ingeniería de simulaciones para enriquecerse. Vistos a la distancia, estos artilugios eran maquinaciones recatadas. Después de todo, el engaño suponía algún cuidado de las apariencias. Pero, cuando el candidato del PRI ganó la presidencia, terminó el disimulo. ¡A robar! fue el mensaje que proyectó la victoria de Enrique Peña Nieto. La elección del priista fue un llamado a la rapiña. Quien fue presentado como uno de los ejemplos del nuevo priismo por el candidato Peña Nieto lo asumió a cabalidad.

Leonardo Nuñez González, quien ha estudiado a fondo la manera en que se ejercen los recursos públicos en el país, analizó las observaciones que la Auditoría Superior de la Federación hizo al gobierno de Duarte. Carlos Puig las recogió en un artículo publicado la semana pasada en Milenio. Vale la pena detenerse en estos hallazgos. De acuerdo a la información pública puede verse que la Auditoría hizo en 2011 observaciones sobre el destino de 46 millones de pesos; al año siguiente, en 2012 lo hizo por un poco más de 9 millones. En 2013, cuando Enrique Peña Nieto ya era presidente de México, las observaciones se dispararon a más de 9 mil millones de pesos. Eso: de 9 a 9 mil en un año. ¡En 12 meses, casi 100 mil por ciento de incremento! Es imposible disociar este disparo del abuso con el cambio presidencial. Lo es aún menos si se advierte la complicidad del gobierno federal con el latrocinio desenfrenado. Naturalmente, el gobierno de Peña Nieto conocía de las tropelías en Veracruz. No fueron pocos los medios que denunciaron los abusos de Duarte. Pero, más allá de los dichos de la prensa, las mismas instituciones de la federación tuvieron conocimiento de la rapiña. La Procuraduría General de la República recibió una denuncia formal de la Auditoria desde 2013. No hizo nada. Javier Duarte tuvo que perder unas elecciones, tuvo que renunciar a la gubernatura de Veracruz y tuvo que darse a la fuga para que la Procuraduría girara una orden de aprehensión en su contra.

Dijo el presidente que la captura de Duarte era un mensaje contundente contra la impunidad. Dudo que alguien lo crea. La victoria de Peña Nieto fue un llamado a robar.

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