Llegó sin anunciarse y se presentó a sí mismo: -Soy el color rojo.
Debe haber notado mi asombro porque añadió algo que me dejó más asombrado aún:
-Soy el color más importante.
Y ni siquiera enrojeció al decir eso.
Recordé el dicho: "Más vale una colorada y no cien descoloridas". Me atreví a decirle:
-Ningún color es más importante que otro. Tanto como el rojo valen el azul, el verde, el amarillo y todos los demás colores, incluso algunos tan humildes como el gris. Imagine usted que todas las cosas fueran rojas: rojo el cielo; rojo el mar; rojos los árboles; rojo el Sol. ¿No le parece que eso sería muy aburrido?
El rojo se puso colorado, no sé si por el enojo o por la pena. Volvió la espalda y se marchó. Sentí entonces que el cielo me daba las gracias, y que me daban también las gracias el mar, los árboles y el Sol. Y me puse de todos colores.
¡Hasta mañana!...