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La humildad de la madre

PADRES E HIJOS

La humildad de la madre

La humildad de la madre

IGNACIO ESPINOZA GODOY

Una vez que ya transcurrieron casi dos semanas de la multicitada celebración del Día de la Madre, cabría la reflexión en el sentido de que la progenitora como elemento fundamental de la familia no busca ni ha buscado nunca los reflectores para que se le reconozca su enorme aportación en la unidad del núcleo de la sociedad, ya que su humildad le impide aceptar los elogios -en ocasiones exagerados y poco sinceros- de parte de los hijos, cuando la mejor forma de enaltecerla vale más que cualquier obsequio material que se le pueda entregar ese día, para que a la vuelta del día siguiente todo siga igual.

La madre realiza calladamente su labor todos los días sin pensar en que al final de la jornada recibirá, por lo menos, un "¡gracias!", ya que sabe que su misión en este plano material no va aparejada con la espera de un reconocimiento que le puedan hacer los hijos, pues cada acción que emprende en beneficio de cada uno de los integrantes de la familia -incluida su pareja- la ejecuta sin pensar que en el corto, mediano o largo plazos recibirá su recompensa, que podría traducirse en un regalo material, como sin con ello se buscara acallar la conciencia de quienes pudieron hacer algo más por ella pero que no lo hicieron por una y mil razones.

Quienes hemos observado a nuestra madre durante décadas hemos podido confirmar que su rutina de darles a los hijos lo mejor que tiene no es guiada por algún objetivo en particular que no sea el de velar por su bienestar, un rasgo de su personalidad increíblemente difícil de precisar en cuanto a su origen, ya que a la mayoría de los seres humanos, generalmente, nos mueve un motivo bien definido cuando hacemos algo por los demás. Sin embargo, en el caso de ellas, ése es un enigma pendiente de descifrar.

Las madres tienen la capacidad infinita de soportar calladamente los problemas que enfrentan para salir adelante, todo con tal de cerciorarse de que a los hijos no les falta nada pues, ante la menor carencia que detectan, inmediatamente mueven cielo, mar y tierra para solucionarlo ya que para ellas no hay imposibles, sobre todo, cuando se trata de mantener unida a la familia, lo que quizás sea el motor que las impulsa cotidianamente sin importar los sacrificios que haya que hacer y los obstáculos que haya que superar.

Nos sorprende sobremanera la fortaleza sin igual que tienen para realizar uno y mil quehaceres, dentro y fuera del hogar, sin que por ello expresen una queja o busquen el refugio para calmar los dolores, físicos y del alma, que puedan llegar a experimentar cuando no reciben como estímulo o recompensa un abrazo, un apapacho o una pequeña muestra de agradecimiento por la entrega desinteresada que diariamente observamos y que muy pocas veces les reconocemos, principalmente, cuando damos como un hecho que ésa es su obligación por habernos traído a este mundo, sólo que la ceguera no nos deja ver que éste de por sí ya es el mejor regalo que ellas nos han obsequiado ya que sin su intervención no podríamos disfrutar de todo lo que nos rodea.

Esa humildad, esa actitud despojada de toda soberbia es lo que les impide reclamar o pedir algo a cambio de lo mucho que nos han dado y de lo poco o nada en lo que les hemos sabido corresponder, a pesar de contar con los medios para hacerlo, en virtud de que es más grande nuestro orgullo para reconocer que sin ellas no seríamos lo que hasta ahora hemos logrado, pues la arrogancia nuestra es de tal magnitud que sobrepasa nuestra supuesta inteligencia para admitir que somos obra de ellas.

No obstante, esa humildad las lleva a perdonar nuestra mezquindad y nuestra altivez cuando pretendemos ignorar que gracias a ellas hemos crecido en todos los aspectos, aunque en ocasiones no reconocemos que en el plano espiritual y moral nos faltó desarrollo para ofrecerles más tiempo para escucharlas, para consentirlas, para tomarlas de la mano y agradecerles una y mil veces por todo lo que nos han dado, para convencerlas de que todo lo que hicieron por nosotros no ha sido en vano.

¿Es mucho pedir? Tal vez para muchos podría resultar hasta exagerado y cursi, pero más vale correr ese riesgo que guardarse todo ese cúmulo de emociones y sentimientos que también están a flor de piel pero que no nos atrevemos a dejar salir por el temor a hacer el ridículo. Sin embargo, amable lector, créame que para una madre escuchar todo lo anterior representaría una especie de satisfacción por el deber cumplido.

De esta forma, valdría la pena tomarse unos minutos para, por lo menos una vez en la vida, manifestarle a nuestra madre que todo ese esfuerzo que invirtió para nuestra formación ha valido la pena, que los frutos están a la vista y que nuestra gratitud hacia su persona siempre será eterna e insuficiente para compensar y recompensar todos sus sacrificios.

Escrito en: Padres e hijos nuestra, hemos, madre, ellas

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