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Abdicación de la palabra

JESÚS SILVA-HERZOG

JESÚS SILVA

No es extraño discrepar del relato oficial. Es frecuente que su visión de las cosas no convenza, que nos parezca una interpretación parcial de la realidad, una visión equivocada de los hechos o hasta un relato abiertamente artificioso. Pero lo que suponemos es que el gobierno tendrá una versión de las cosas, que ofrecerá un relato, una versión, un panorama de la realidad. Que defenderá su política, que se empeñará en justificarla. Eso es lo que más sorprende de la comunicación oficial: el desinterés por exponer su idea. Su abdicación de la palabra. Desde hace ya muchos meses, se presenta como una administración derrotada ante la opinión pública, un gobierno que no hace siquiera el esfuerzo por presentar su argumento.

Toda política es una interpretación de la realidad. Una definición de lo que importa y una propuesta de lo que ayuda. La política se planta narrativamente en el mundo porque necesita contar la historia de lo inmediato para explicar el sentido de la acción pública. No es que sea puro discurso; es, ante todo, acción. Pero puede decirse que el discurso de la acción es parte de la acción misma. Con el discurso se teje el diálogo con las distintas fuerzas de la sociedad, se configura el debate y el contraste de las posiciones. Con la palabra se convoca a la ciudadanía y se hilan alianzas. El gobierno de Enrique Peña Nieto hace tiempo que no ha intentado ese coloquio. La confusión nacional es también resultado de ese mutismo oficial. ¿Qué piensa el gobierno? ¿De qué manera entiende los desafíos que tiene frente a la nariz? ¿Tiene alguna idea de cómo encararlos?

Tuvo un cuento, es cierto. Nunca fue particularmente elocuente para describir sus encantos, pero era claro que iba detrás de la fantasía de la modernidad. Se colgó de un relato del cambio, adoptó un paquete de recetas convencido de que las reformas serían la catapulta del progreso nacional. La primera estación del gobierno, su tiempo parlamentario, parecía ir de acuerdo con ese libreto. Un polo reformista lograba acuerdos para sacar a México de su postración. El problema vino cuando la realidad impuso otro relato. Los protagonistas no eran los reformadores sino los corruptos y los violentos. Nada ha podido decir este gobierno frente al crimen y a los abusos del poder. Con torpeza, a la defensiva ha reaccionado a los escándalos y a las tragedias. Frente a los dos asuntos más urgentes de la vida nacional, el gobierno no tiene nada que decir. No es capaz de articular una interpretación del origen de la violencia, no puede presentar una tesis coherente frente a la corrupción, ni puede defender públicamente el sentido de sus acciones.

El gobierno de las reformas será el sexenio de la corrupción. y el de la perpetuación de la violencia. No habrá mayor fracaso de este gobierno que el fracaso de su lucha contra la delincuencia. Hemos regresado a los peores infiernos del pasado reciente. Durante meses, el gobierno intentó desconocer lo evidente: su apuesta por la centralización falló. Entre toda la maraña burocrática destaca la ineptitud de la Secretaría de Gobernación en su asignatura crucial Gobernación concentró todas las responsabilidades en la lucha contra el crimen organizado y no puede entregar buenas cuentas. Repetirá la cantaleta de la administración anterior (que la responsabilidad del fracaso es de los gobiernos locales) pero carga una gigantesca responsabilidad en el avance de la violencia de estos últimos años.

Creo que nadie podría levantar la mano para defender la gestión del ministerio del interior, pero no es mi interés exponer el fracaso de una dependencia gubernamental. Lo que me interesa resaltar es que, ante los reveses que ha sufrido la política de seguridad, el gobierno dice nada. La administración anterior carga una responsabilidad histórica al haber desatado una guerra sin estrategia que empeoró, extendió y multiplicó un problema. Pero tenía una voz. Algo decía, Algo proponía. Los voceros oficiales daban la cara para explicar lo que sucedía, se esforzaban por darle algún sentido al actuar del gobierno. Nada de ello hay en esta administración. Los relatos más macabros de la violencia encuentran silencio. Y lo más preocupante, quizá, es que la única voz que se escucha es la del Ejército. Ominoso, que la única racionalidad en el gobierno sea la castrense.

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Escrito en: JESÚS SILVA-HERZOG gobierno, fracaso, política, sentido

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