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El fracaso de una disciplina

JESÚS SILVA-HERZOG

JESÚS SILVA

Las escenas de esta semana nos han regresado a lo que pensábamos era la prehistoria de nuestra democracia. Las oposiciones más dispares se unen para denunciar una elección de Estado. Se exhiben con toda claridad las subordinaciones de las autoridades electorales a un partido político. El poder público se vuelca a apoyar abiertamente a un partido político. No es fácil contar las reformas a las leyes electorales que ha vivido esta generación. Se ha rehecho el régimen electoral, se ha cambiado muchas veces la constitución. Hemos escrito una y otra vez las leyes, los códigos, los reglamentos. Se han formado, deshecho y recompuesto los árbitros de las elecciones. Hemos gastado una millonada para tener elecciones confiables. Somos víctimas del narcisismo institucional de institutos y tribunales electorales que nos bombardean a diario con sus campañas publicitarias. Y retornamos a esa prehistoria.

No diría, en modo alguno, que estemos en el mismo lugar que ocupábamos hace treinta años. Lo que digo es que, a pesar de todo lo que hemos invertido económica, intelectual y políticamente, carecemos de un régimen electoral que funde el poder público en la competencia por los votos, en el debate público de las trayectorias y propuestas, que someta la influencia del dinero a controles estrictos, que impida la desviación de los recursos comunes al beneficio de uno de los competidores. A pesar de todo lo que hemos caminado carecemos de un sistema electoral que instituya la plena legitimidad democrática. Campañas sin debate, utilización de los recursos públicos para beneficio de algún partido, ausencia de rendición de cuentas sobre el dinero que se gasta para conseguir el voto, autoridades cuestionadas y cuestionables.

No me interesa en este espacio hablar de la perversidad de un régimen que se transforma para perpetuar sus trampas. Me interesa llamar la atención sobre lo que considero como un fracaso de nuestro entendimiento de la democracia, de nuestra comprensión de la política y de la historia misma. En 2009, tras el estallido de la crisis económica más severa de las últimas décadas, Paul Krugman se preguntaba en un artículo publicado por el New York Times, cómo fue posible que la ciencia económica fallara tan gravemente; que no se percatara de la lenta incubación del desastre. Algo así habría que hacer en México, en el ámbito del pensamiento político dominante: mucho de lo que arrastramos en estos momentos es herencia de cegueras e ingenuidades académicamente consagradas. Las ideas que nos han acompañado, las que hemos bebido y difundido han hecho un enorme daño. Urge la autocrítica.

Arribamos al territorio de la competencia de la mano de una ciencia política (así se presenta, como ciencia) cargada de ilusiones. Hay en ella una explícita renuncia a penetrar las complejidades de la entraña social. Lo político se divorcia de lo cultural para aferrarse en la abstracta racionalidad de las ambiciones. Los hábitos, los modos de relación colectiva, los patrones de la dominación económica, la historia misma parecía irrelevante para los mecánicos del pluralismo. Atendiendo casi exclusivamente el episodio electoral, buscando modificar la ruta de acceso al poder, dándole poder al elector, se limpiaría por siempre el paisaje. No era necesario mucho más. Poco a poco la vida política ocuparía los moldes del ideal. A partir del voto, equilibrios y eficacia; rendición de cuentas y limpieza en el servicio público; cercanía con el electorado y dinamismo.

Se trata de un entendimiento de la política que se desprende de la historia, de sociedad y de la cultura. Así pensamos la transición como un brinco que dejaba atrás y para siempre la historia del autoritarismo. Así creímos en las instituciones formales como los conductos esenciales del conflicto y del consenso. Así apostamos a la competencia electoral como el resorte que desencadenaría una larga cadena de alegrías. Así comprimimos la idea misma de la democracia a un juego que confronta a las élites. Así nos empeñamos en ignorar. Para entender la raigambre del clientelismo y las redes de la corrupción; para comprender las razones de la violencia, y el impacto económico del pluralismo hace falta otra manera de acercarse a la política.

Escrito en: JESÚS SILVA-HERZOG política, poder, público, hemos

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