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El Abogado

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

Con motivo del Día del Abogado, un grupo de compañeros de la Escuela de Leyes me brindó un reconocimiento por los cuarenta y tantos años de pedir justicia ante los tribunales, en favor de las personas que han puesto su seguridad jurídica en mis manos.

Me resistí en un principio porque el recibir un reconocimiento de tal naturaleza, enfrenta el ideal del desempeño profesional con la medianía de mi propio yo y de mi circunstancia y me somete a un veredicto de conciencia. A la postre acepté con gratitud, porque la invitación provino de mis pares, quienes transmitieron un mensaje cálido que me hizo reconocer que ni el tiempo ni la diversidad de las trayectorias de cada quién, han extinguido los lazos de amistad generados en tiempos de la universidad.

Mis compañeros tuvieron el acierto de identificar la presea otorgada con el nombre de Manuel García Peña, abogado y maestro ejemplar que fue un regalo de la Providencia. Pero tal honor no es el único signo providencial; el hecho de que el Colegio de Abogados de La Laguna, A.C., haya elegido el salón Francisco Eusebio Kino de la Universidad Iberoamericana para celebrar el evento, evoca mis raíces familiares en Sonora, tierra de misión del Sacerdote Jesuita que a lomo de caballo y con una visión de lo universal y de lo trascendente, me inspiró sin darme cuenta en el tránsito del terruño paterno y materno a Torreón, mi casa por elección.

Durante los años del ejercicio profesional, hemos visto cambios profundos en el ámbito del derecho, como ha ocurrido en todos los campos de la vida social. Ello ha generado un esfuerzo mundial por relanzar el respeto a los derechos humanos e integrar el derecho de libertad en todas sus formas, la producción y reparto de la riqueza y hasta la protección al medio ambiente y el desarrollo urbano como un todo ordenado, que se vincula al desarrollo de la persona humana y al bien común de la sociedad.

De un tiempo en el que el acceso oportuno a la legislación y la bibliografía jurídica estaba restringido, hasta el punto de que los textos legales se tenían que conseguir en la Ciudad de México o debíamos esperar la llegada del vendedor itinerante de libros de jurisprudencia para surtir la biblioteca provinciana, pasamos a la revolución del conocimiento que puso en la pantalla de nuestras computadoras las bibliotecas de todo el planeta.

Este panorama positivo se nubla, porque en los vientos de cambio se infiltra una paradoja de regresión a la barbarie, que se pone de manifiesto en una impunidad rampante y el triunfo frecuente de la injusticia y la iniquidad, que por momentos nos mueve a pensar que reina el mal. La oposición dialéctica entre derechos fundamentales genera una múltiple lucha como ocurre con el derecho a la vida, hoy increíblemente amenazado por la promoción legalizada del aborto o el trato privilegiado a los criminales a despecho del respeto que merecen las víctimas. Estas y otras muchas contradicciones, nos divide como sociedad en bandos antagónicos.

El individualismo llevado al extremo ha destruido a muchos organismos intermedios de la sociedad, dejando al ciudadano inerme frente un poder político fortalecido por tecnologías de espionaje y control que han hecho realidad la ficción orweliana del Gran Hermano, en tanto que la libertad ha buscado nuevos espacios en las redes sociales.

Una tendencia peligrosa que es causa de impunidad, sostiene que la ley por sí sola contiene un imperativo inmanente que garantiza su cumplimiento, y pasa por alto que la eficacia del orden jurídico normativo depende de la voluntad constante y reiterada de gobernantes y gobernados, en el sentido de cumplir la ley y hacerla cumplir. Otra vertiente del cáncer de la impunidad, se sustenta en el abuso de facultades discrecionales concedidas por la ley o asumidas en forma arbitraria por autoridades de todos los niveles de gobierno.

El abogado es un pilar fundamental del estado de derecho, porque es el enlace entre el sistema de justicia y el ciudadano. La lucha ha sido dura y los frutos agridulces. El sostén cotidiano reside en mantener la fe en que el acceso a la justicia es posible y en la confianza de personas de carne y hueso que ponen en El Abogado su esperanza, para lograr que el entuerto sufrido se repare, el orden trastocado se restablezca y el derecho vulnerado se restituya.

Escrito en: Archivo Adjunto derecho, justicia, libertad, jurídica

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