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De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Babalucas le dijo a su enamorada: "Pero, mi vida, hoy quiero hacerlo con la luz encendida". Replicó tajante la muchacha: "Cállate ya y cierra la puerta del coche"... Afrodisio Pitongo, hombre salaz, quiso conocer a su nueva vecina, una chica de exuberantes formas. Llamó a su puerta, y la muchacha abrió. Iba cubierta sólo por un vaporoso negligé. Pitongo, aturrullado, sólo acertó a decirle. "Soy su azúcar. ¿Puede prestarme una taza de vecino?". Don Postremo vivía sus últimos momentos. Un sacerdote llegó a visitarlo. "Hijo mío -le preguntó-. ¿Crees que hay otra vida después de ésta?". "Nunca he pensado en eso, padre -respondió él-, pero por si las dudas le voy a pedir a mi señora que me ponga en el cajón otra muda de ropa"... La abuelita le leía un cuento a su pequeña nieta. "Entonces la princesa recogió al feo sapo, lo llevó a su cama y ahí le dio un beso. Y ¡oh maravilla!: el horrible sapo se convirtió en un hermoso príncipe". "Abuelita -preguntó la pequeña-. Y los papás de la princesa ¿se tragaron ese cuento?"... Augurio Malsinado, ya lo sabemos, es perseguido por un hado adverso. Nacido para perder, le suceden casos desastrados. Cierto día relató: "Yo era un alfeñique de 44 kilos. Un bravucón de playa que pesaba 80 kilos dio una patada y me echó arena en la cara delante de mi novia. Fue entonces cuando me decidí a hacer los ejercicios de Charles Atlas. En un año me convertí en un atleta que pesaba 80 kilos. Entonces un bravucón de playa que pesaba 120 kilos dio una patada y me echó arena en la cara delante de mi novia". La política nos sale muy cara a los mexicanos. A más de mantener a un gran número de partidos, partiditos, partidillos y partidejos, tanto nacionales como locales, debemos sostener a una enorme burocracia electoral cuyo costo gravita onerosamente sobre nuestra economía. Somos un país pobre con partidos políticos -y con políticos- muy ricos. Eso, que se presenta como prueba del rico espectro ideológico de México, es en verdad una tragedia nacional, pues el dinero que se dedica a eso deja de servir a fines importantes como la educación, la seguridad, la lucha contra la pobreza, la cultura, etcétera. Lo peor es que en México no se hace política: se hace politiquería. En ese renglón, el de la vida pública, los mexicanos estamos ligeramente jodidísimos. Cierto funcionario era experto en problemas de migración entre México y los Estados Unidos. Un día regresó de un viaje antes de lo esperado. Cuando entró a la alcoba su esposa le preguntó sin ningún preámbulo: "¿Qué piensas de los ilegales?". Respondió, solemne, el funcionario: "Son seres humanos investidos de plena dignidad y por lo tanto merecedores de respeto y protección". La señora entonces abrió la puerta del clóset y le dijo al tipo que estaba ahí: "Ya puedes salir, Sancho. No hay problema: mi marido no tiene nada contra los ilegales". Otro cuento sobre el mismo tema. Llegó a su casa don Astasio y encontró a su mujer en la recámara. Estaba la señora en peletier, vale decir in puris naturalis; corita, o sea sin ropa. Se hallaba sobre la cama, y se veía agitada y acezante. "¿Por qué te encuentro así?" -le preguntó don Astasio. Respondió ella llena de turbación: "Es que... Es que... Es que no tengo nada qué ponerme". "¿Que no tienes nada qué ponerte?" -se indignó el marido. Y abriendo el clóset empezó a mostrarle los muchos vestidos que ahí colgaban. Le decía: "¿Y esto? ¿Y esto? ¿Y esto? ¡Compadre! Qué bueno que está usted aquí. Sírvame de testigo, por favor. Mi esposa dice que no tiene nada qué ponerse, y mire: casi no lo vi a usted entre tanta ropa"... FIN.

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