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JESÚS MENA VÁZQUEZ

En el mundo ideal de una democracia funcional los gobiernos deberían de diseñar e instrumentar acciones para incrementar el bienestar de la población. Si esas acciones son mal diseñadas y todavía peor instrumentadas, se podría esperar que los ciudadanos reemplazaran a sus gobernantes al llegar el siguiente período electoral.

Es claro que ese mundo ideal no existe, los ciudadanos tenemos información incompleta acerca de cómo los gobiernos diseñan e implementan políticas públicas y menos aún conocemos los arreglos a los que llegan las élites política y la de los dueños del capital. El escandalo de corrupción que vive Brasil en estos momentos apenas nos da una mirada a esos arreglos entre las diferentes élites. El expresidente Lula, quién logro escalar hasta la presidencia desde su posición como líder sindical, ahora está señalado por empresarios como participante de una trama de corrupción que involucra a buena parte de la clase política brasileña.

Aunque es prácticamente imposible saber las componendas entre las dos élites, lo que sí es posible ver con mayor claridad son las consecuencias de esos arreglos. Los Duranguenses tenemos ya varios años padeciendo el estado que guarda la supercarretera que nos une con el puerto de Mazatlán. El socavón que se abrió recientemente en Cuernavaca es otra muestra de los arreglos que permiten extraordinarios beneficios privados y, al mismo tiempo, perdidas para la sociedad.

Los "arreglos" a los que he hecho mención en este artículo no son otra cosa que corrupción. La colusión que se da entre estas dos élites nos da una buena idea de la concepción que tienen sobre la función del estado. Para ellos el estado no es un proveedor, en las mejores condiciones posibles, de bienes y servicios para la sociedad, sino que funciona como un extractor de la riqueza que ésta genera para transferirla a entidades privadas y a personas que forman parte de dichas élites.

Si por un lado tenemos instituciones cooptadas por las élites políticas, como lo he argumentado en las entregas previas, y por otro un ejercicio ineficiente del gasto público como consecuencia de la corrupción, entonces los ciudadanos estamos ante el peor de los mundos: sin instituciones que velen por el interés público y ante élites, tanto políticas como privadas, que buscan maximizar sus rentas con arreglos en perjuicio de quienes pagan por sus servicios.

En nuestro país ya se demostró que no es posible buscar soluciones de largo plazo cambiando solamente el color de la camiseta de quienes ocupan posiciones de gobierno. Es necesario un cambio de fondo en la forma en que se ejerce el poder público que la ciudadanía confiere mediante la democracia. Si la mayoría elige Presidente a un populista como López Obrador en las elecciones del próximo año, no solamente estaremos posponiendo por seis años el cambio en la forma de ejercer el poder, sino que estaremos retrocediendo tres décadas.

Twitter: @jesusmenav

Escrito en: Vida pública arreglos, público, tenemos, ciudadanos

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