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'¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!'

Episcopeo

HÉCTOR GONZÁLEZ MARTÍNEZ

Qué difícil resulta a los hombres descubrir la presencia y cercanía de Dios. Isaías creía poder encontrar al Señor en un huracán, en un terremoto o en el fuego, en las cosas extraordinarias, que escapan a su dominio, pero no en un simple susurro. Los apóstoles pensaban ver un fantasma, cuando en realidad era el mismo Jesús quien se les acercaba y manifestaba su divinidad. Nuestra propia experiencia tampoco dista mucho, tanto de la de Isaías como la de los apóstoles.

El evangelio nos presenta dos escenas diferentes: Tras la multiplicación de los panes y los peces, Jesús despide a sus discípulos que vayan en barca a la otra orilla, y sube al monte a orar. La vida de Jesús - como la vida cristiana- no se puede entender sin la oración.

Los discípulos obedecen. Pronto la barca es sacudida por las olas, porque el viento era contrario, sienten que Jesús está lejos y ellos se encuentran en dificultad al verse zarandeados por las olas. En ese trajín, se asustan al ver un hombre caminar sobre las aguas. Los discípulos reaccionan con miedo, creen ver un fantasma, pero se equivocaban: no se trataba de una ilusión, sino que tenían delante al mismo Señor, que les invitaba a no tener miedo y a confiar en Él. Jesús se manifiesta a sus discípulos y les revela quién es él, se presenta con señorío sobre las mismas olas del mar: soy yo, no tengáis miedo. Pedro reacciona con fe y confianza: Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua. Jesús accede a la petición de Pedro y este se lanza a su encuentro caminando también sobre las aguas, pero arreció el oleaje que amenaza devorarlo, comienza a hundirse al quitar la mirada de Jesús, al ver las dificultades, y como recurso instintivo grita al Maestro: Señor, sálvame. Jesús recrimina a Pedro su poca fe y le pregunta: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado? La escena culmina con Jesús y Pedro subiendo a la barca con los otros discípulos, que ante la multiplicación de los panes y peces (evangelio del domingo anterior), y ahora el hecho extraordinario que acaban de contemplar y que sólo compete a Dios, se postran ante él, y le adoraron diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.

Los cristianos de todos los tiempos somos zarandeados constantemente por el viento de ideologías seductoras y atractivas, contrarias al Evangelio, que nos hacen vacilar.

El Evangelio de hoy nos pone ante el problema del miedo y de la fe. Siempre aparecen las dificultades como en la barca sin estabilidad, y como los apóstoles nos sentimos solos, el oleaje, los pensamientos como vientos huracanados nos asaltan por todos lados, y reina la confusión, todo lo vemos negro y todo esto nos lleva al miedo total, a la pérdida de confianza, nuestra fe se tambalea; estos son nuestros fantasmas, que vemos porque los hemos creado y son tan grandes como se los permitamos. Tarde o temprano sentimos ese: Ánimo, soy yo, no tengáis miedo y nos vuelve la calma; la luz y la esperanza empiezan a aparecer, pero estamos tan nerviosos y titubeantes que nuestros primeros pasos a la estabilidad se hunden y es cuando nos sale con la poca fuerza y fe decir: Señor, sálvame.

Es importante compartir los problemas con los seres queridos, amigos y con el Señor. ¿Me doy cuenta que muchos de estos problemas son fantasmas que yo mismo creo?, ¿Me refugio en el Señor para buscar la tranquilidad, su ayuda y salvación?, ¿Afirmo que mi Fe solo es firme y fuerte cuando el Señor me toma de la mano y me lleva adelante?

Escrito en: Jesús, Señor,, Pedro, miedo

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