Para Pastor Rouaix en su Diccionario geográfico, histórico y biográfico, Ignacio Parra era un célebre bandolero, que por algunos años merodeó en el estado, particularmente en la región de la Sierra Madre y en los valles de Santiago Papasquiaro, Guatimapé, Canatlán y en San Juan del Río, que alcanzó fama por sus hazañas, aumentadas por el imaginerío popular. Agrega que se cuenta que era un hombre honrado, a quien las arbitrariedades de que fue víctima le generaron la suficiente indignación para convertirse en bandolero. Dice también que murió en un lugar ubicado entre las haciendas de Santa Isabel y La Sauceda del municipio de Canatlán, combatiendo con la acordada al mando de Octaviano Meraz. Afirma también que su padre se llamaba Romualdo, y que a su gavilla pertenecían Matías y Vicente Parra, hermano y primo, respectivamente, de él, y que por corto tiempo también Francisco Villa, todavía con el nombre de Doroteo Arango.
En efecto, en Las memorias de Pancho Villa, editadas por la Compañía General de Ediciones, S. A., en el año de 1965, de la autoría de Martín Luis Guzmán, puede leerse en la página 23 que Francisco Villa se incorporó a la gavilla de Ignacio Parra en la hacienda de Santa Isabel de Berros, acompañándolo un tiempo en sus aventuras.
Para las autoridades del Durango de 1898, por más de ocho años Ignacio Parra era el terror del rstado por sus continuas fechorías, ya fuera un robo de más o menos consideración cometido en alguna hacienda, ya el asalto en camino real de algunos viajeros y más frecuentemente el asesinato, el rapto, el incendio y las mil vejaciones a gente honrada y pacífica, era pues, según ellas, una fiera sedienta de sangre y de exterminio.
Sea como fuere, el caso es que Ignacio Parra, con un conocimiento perfecto del terreno en el que operaba, propinaba un golpe en un lugar cualquiera y al día siguiente se encontraba ya merodeando a treinta leguas de distancia del lugar del asalto, táctica ésta que muy bien aprovechó Pancho Villa, cuando cambia de giro y se incorpora a la lucha revolucionaria.
Para enfrentarlo se necesitaba un hombre con las mismas características, es decir, de valor, astuto y gran conocedor del terreno. Ese hombre lo encontró el jefe político Jesús Salcido y Avilés en Octaviano Meraz, quien había ganado fama como perseguidor tenaz que había sido de Heraclio Bernal.
Fue así como Octaviano Meraz, poniéndose al frente de una guerrilla de ocho hombres, escogidos por él mismo, emprendió la riesgosa misión el primero de noviembre.
Para el efecto, simulando ser un comprador de mulas, fue adentrándose cada vez más en los comederos de Ignacio Parra, cabalgando cobijado por las sombras de la noche y ocultándose de los rayos del sol durante el día.
Astuto como era Octaviano Meraz, no tardó en recibirse en esta ciudad el 24 de noviembre de 1898, a las 8:20 horas de la mañana, el siguiente telegrama dirigido al Lic. Ignacio Borrego, director del periódico "La Evolución": "Ayer cinco de la tarde fue alcanzado cerca de Santa Isabel, por el Sr. Octaviano Meraz, bandido Ignacio Parra que resultó muerto en la refriega. El Corresponsal."
Por su parte, Octaviano Meraz rinde el informe del duro encuentro con Ignacio Parra, que aparece publicado en "La Evolución" de fecha viernes 25 de noviembre de 1898, Número 143, Tomo II, página 1.
En dicho informe, dice Octaviano Meraz que el combate fue entre cinco y seis de la tarde del día 23 en el Puerto de la Cruz, terrenos de La Sauceda, en donde encontró a Ignacio, Matías y Vicente, todos de apellido Parra, resultando muerto en el encuentro Ignacio y huyendo Matías y Vicente, a los que no fue posible darles alcance debido a lo escabroso del terreno y al fatigado estado de las remudas.
Según se dijo, Vicente era hermano de Ignacio, y Matías primo; sin embargo, he oído versiones de que Matías era también hermano. Sea una cosa o la otra, lo cierto es que Matías figuró en la revolución, en las tropas de mi padre, como uno de los hombres más aguerridos.
El día que fue el encuentro, Meraz iba acompañado nada más de cuatro de sus hombres, ya que a los otros cuatro los había dejado sirviendo de vigías en el Cerro de la Calavera, inmediato al rancho de Palos Colorados, perteneciente a La Sauceda, debido a que tenía informes de que era un sitio muy frecuentado por Ignacio Parra.
Levantado que fue el cadáver de Ignacio Parra, se le apreciaron cuatro tiros, uno que le atravesó las dos piernas por los muslos, otro que le penetró la espalda y le salió cerca de la tetilla izquierda, otro en un costado y el otro en uno de los glúteos.
Según se dijo, Ignacio Parra era como de 28 años de edad, y de estatura elevada, complexión robusta, huero y bastante picado de viruela.
De este combate, no hubo ningún muerto o herido por parte de la gente de Meraz, recibiendo este último como premio, el primero de enero de 1899, la Comandancia de la Gendarmería Montada del Estado.
Veintitrés días había durado la campaña de Meraz en contra de Ignacio Parra, logrando hacer lo que las autoridades de Durango no habían podido consumar en ocho años: acabar con la amenaza que representaba Ignacio Parra para la tranquilidad de las "buenas conciencias" durangueñas.
La lírica popular anónima, aunque el corrido se le atribuye a Francisco García, le cantó a la tragedia de Ignacio Parra, en algunas de sus cuartetas de esta manera: Año de mil ochocientos/ noventa y ocho al contado;/ mataron a Ignacio Parra,/ que era un hombre muy afamado./. Ignacio traía una yegua! de una andadura especial;/ se le cayó sin remedio,/ de poderla levantar/. Luego que Ignacio se vio,/ en un caballo montado,/ le dice a Matías su hermano,/ ya déjame sin cuidado/. Ignacio se tiró a pie,/ para pelear más a gusto;/ ¡No hay duda, yo moriré,/ pero han de llevar un buen susto/.