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En busca de la infancia perdida

Opinión - Miscelánea

En busca de la infancia perdida

En busca de la infancia perdida

Adela Celorio

Dejar por unos días la capital y donde los ciudadanos, desconectados unos de otros, vivimos con miedo, encerrados entre muros, barrotes y rejas mientras los delincuentes andan sueltos y armados, me permite recuperar el ritmo sereno de mi Córdoba.

Vivir… con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez. — Carlos Gardel

“Tu único patrimonio, lo que nadie te puede quitar, es lo que aprendes, es lo que sabes.” Al decir aquello, los maestros Bargés, a quienes una crudelísima guerra civil había despojado hasta de su España natal, sabían muy bien de lo que hablaban. Exiliados de todo excepto de sus saberes, fundaron el tan querido Colegio Cervantes desde donde compartieron su más preciada posesión con tantas generaciones de niños cordobeses.

Yo fui una de las afortunadas discípulas de la prodigiosa maestra Luisita Bargés en el único colegio en donde niños y niñas aprendíamos la aritmética y la gramática en un mismo salón de clases. En el patio, entre las risas del recreo, aparecía la torta de frijoles y queso que, bien sazonada con la tierrita y la mugre de mis manos, sabía riquísima y pues ni modo, había que compartirla con algún compañerito, marcando eso sí, el límite de la mordida con mis dedos, nomás hasta aquí.

Al volver sobre mis pasos para recoger la cosecha invisible de recuerdos mis ojos no se asombran, simplemente recuperan con naturalidad el exuberante paisaje verde, el fondo de mi infancia. En aquel tiempo los niños éramos una incordia sólo soportable porque algún día nos convertiríamos en adultos, y cada uno estaría destinado a ser 'el mejor'. “No importa lo que hagas, pero debes ser el mejor, el primero”, sentenciaron nuestros padres, pero no nos dijeron cómo.

Dejar por unos días la capital y donde los ciudadanos, desconectados unos de otros, vivimos con miedo, encerrados entre muros, barrotes y rejas mientras los delincuentes andan sueltos y armados, me permite recuperar el ritmo sereno de mi Córdoba que tanto ha crecido sin perder nunca su esencia rumbera y jarocha, donde mujeres y hombres no caminan estresados ni con prisa sino por placer, cadenciosamente, con una cierta sensualidad, disfrutando de mirar y ser mirados, de saludar y reconocerse entre la hermosa gente que camina por las calles, por los parques, por las veredas. Confían en sus pasos para trasladarse y no escatiman nunca la sonrisa.

Reencontrarme con mi infancia entre los vástagos de las viejas familias que compartieron con la mía el barrio de La Estación, y que aún recuerdan anécdotas o guardan alguna cicatriz de las trompadas con mi padre, con mis tíos, con mi familia que nunca se distinguió por sus buenos modos, es parte de mi cosecha sentimental.

Sucede que me reencuentro con la buena vida de Los Portales de Córdoba, último bastión del coloniaje y donde siempre es buena hora para saludarse y compartir una cerveza con alguna cara conocida, o tomo mi pastilla de chiquitolina y, como Alicia la del País de las Maravillas, ingreso en la mágica casa de muñecas donde me acoge mi anfitriona y me agasaja nada menos que con la vista del Pico de Orizaba que, nevado y seductor, reina majestuoso al centro de su ventana; confirmó aquello de que nunca es tarde para tener una infancia feliz.

Lástima, el tiempo nunca es suficiente para recorrer calles que de niña me llevaban sin peligro, desde la Estación hasta el Colegio Cervantes y de regreso, con la obligada escala para un dulcecito de Don Pedro y la deslizada desde lo alto de las montañas de cascarilla de arroz existentes en algún lugar que no registra mi memoria.

Esta vez me prometo que volveré muy pronto para visitar la planta de la Moctezuma (¿todavía existirá?) y revivir en la memoria las caminatas entre los árboles antes de volver atendiendo al llamado de la paella que tío Manuel cocinaba con tres leños, de la manera más rudimentaria. Mientras todos comían yo debía conformarme con mordisquear una manzana porque, según mi abuela, era una muchachita chorrillenta. Volveré pronto para hacer el viaje que el alma está pidiendo.

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Escrito en: nunca, unos, infancia, niños

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