Editoriales

Las razones de Antígona

Civitas

CARLOS CASTAÑÓN CUADROS

Con cierta frecuencia y cotidianidad, la prensa reporta suicidios por aquí y por allá. Ahorcados, envenenados, arrojados al vacío, y también a punta de pistola. Alarmados, algunos hablan de epidemia y hasta de un grave problema social, como si el suicido, fuera ajeno a la condición humana. Causas y razones hay muchas. Tan disimiles como variadas. Pero el acto del suicidio viene desde tiempos muy remotos, de igual manera su reflexión.

El filósofo liberal David Hume, en un ensayo pionero sobre lo que ahora llamaríamos eutanasia, pero escrito en el siglo XVIII, hizo la defensa del derecho humano al suicidio y una muerte digna. Para Hume, "el suicidio puede ser consistente con nuestro interés y con el deber para con nosotros mismos, nadie puede ponerlo en cuestión, si se concede que la edad, la enfermedad o la desgracia pueden volver la vida una carga y convertirla en algo peor que la aniquilación".

Hacia finales del siglo XIX, Durkheim estudió el suicidio de manera sistemática, a tal punto que encontró ciertas constantes en la sociedad. Para el sociólogo francés, "cada sociedad tiene, en cada momento de su historia, una aptitud definida para el suicidio". Veamos algunos casos.

El gran Séneca optó por suicidarse antes que caer en los suplicios de Nerón. Para los absurdos de la guerra, obedientes pilotos japoneses se volvieron kamikaze al provocar su muerte. Todo llegar a un fin. En la cumbre de la tragedia, Shakespeare da vida a Romeo y Julieta, dos jóvenes enamorados que prefieren el suicidio, antes que separar su imposible amor.

En Waco, Texas, son los años 90, y una noticia impactó al mundo. Un grupo de adultos y niños que se hacían llamar los davidianos, realizaron un suicidio colectivo al verse cercados por la policía. Aquello empezó mal, y terminó peor. Así los fanatismos.

Tras los ataques del 9/11 a los edificios del World Trade Center, varias imágenes regresaron el debate sobre el suicidio. Ante la imposibilidad de salir, no faltó quien optara por lanzarse antes que morir quemado o asfixiado por el humo.

Con el temple reflexivo de sus precisos ensayos, Montaigne, nos recuerda que filosofar es prepararse a morir. Ante la insalvable certeza de la muerte, la filosofía. Otros se adelantan por mano propia. En el suicidio hay contrapuntos. Los heroicos, pero también los cobardes. El también apóstol, Judas Iscariote, vendió a Jesús por treinta monedas. Tras la carga de su traición, se ahorcó.

Pensemos en otras circunstancias. Algunos indígenas nómadas del noreste, al ser secuestrados por los esclavistas hispanos, decidieron hacer la guerra y enfrentarlos, no obstante el riesgo de perder la vida. Al ser capturados, algunos mejor se suicidaron. La dignidad antes que el sometimiento. La libertad, así fuera el último acto.

Entre los existencialistas, Albert Camus fue el más original y claro. Sin rodeos, en El Mito de Sísifo, escribe: "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía".

Escuchemos nuevamente la voz de Camus: "Siempre se ha tratado el suicidio como un fenómeno social. Por el contrario, aquí se trata, para comenzar, de la relación entre el pensamiento individual y el suicidio. Un acto como éste se prepara en el silencio del corazón, lo mismo que una gran obra".

Un amargado profesional, E. M. Cioran, dejó brillantes libros sobre el sobre el sinsentido de la vida, tanto así, que a lo largo de su carrera, recibió muchas cartas de agradecimiento, porque su libros rescataron del suicidio a más de uno. Después de haber publicado en Rumania un pequeño libro, Del inconveniente de haber nacido, sus padres renegaron del más destacado cincelador de cenotafios. Las sentencias y disquisiciones de Cioran son sencillamente lapidarias. Leer un puñado de ellas nos regresa la lucidez en momentos de extravío.

Actualizando a Boecio, Lou Marinoff volvió a una vieja fórmula, pero acorde a nuestro tiempo: Más Platón y menos Prozac.

Sin duda, hay algo irremediable en pensar todo esto. Cerremos con George Steiner: "El pensamiento lleva dentro de sí un legado de culpa". Por lo pronto, aquí le dejamos, con las razones de Antígona.

Nos vemos en Twitter, @uncuadros

Escrito en: Civitas suicidio, antes, razones, suicidio.

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas