En todos lados se cuecen habas. Así, hasta la democracia más consolidada puede sufrir embestidas graves, golpes bajos que lastiman a la sociedad. Bajo una triste coincidencia, dos democracias, Estados Unidos y España, enfrentan ataques preocupantes. En el caso estadounidense, la historia ya la conocemos. Un enmienda digna del viejo oeste se impone a balazos, y hasta el más débil, como ha sucedido con adolescentes y jóvenes, se transforma en sanguinario asesino. Lo mismo irrumpen en las escuelas, espacios públicos o conciertos masivos como recién acaba de suceder en Las Vegas. En verdad, de esas terribles tragedias, nada han aprendido. Por el contrario, se defiende hasta la irracionalidad, el uso de la armas, incluso, las de alto poder. La noticia impactó tanto, que por momentos, parecía que hablábamos de masacres en algún lugar de Michoacán, Guerrero, o en violentos municipios como Juárez, Reynosa o Torreón. Pero no, se trata nuevamente de Estados Unidos, que mantiene una decidida promoción de las armas. In Gun We Trust. Lejos de un ataque terrorista externo, la violencia volvió a surgir en casa, lo cual contradice duramente el discurso trumpiano contra los inmigrantes, esos "bad hombre".
Bajo la ideología bien aceitada del NRA (National Rifle Association), portar armas es un derecho "sagrado" que permite la segunda enmienda. Ese "derecho" se presenta como si 1791 fuera inmutable, sin importar los cambios, la instituciones, y sobre todo, los cíclicos asesinatos de unos contra otros. No aprenden. La historia se repite como tragedia. Ahora, uno de los suyos, "un hombre sin atributos", acumula fácilmente un arsenal en el cuarto del hotel. El resto de la historia ya la conocemos: el eterno retorno. Sin embargo, en esta ocasión, el presidente de la nación más poderosa no lloró, sino minimizó al genocida como un "enfermo". Nada más. Pese a todas las muertes de las últimas décadas, pese a la indignación de una parte de la sociedad (la que no le gustan las armas), pese al evidente problema público que representa tener a miles y miles de ciudadanos armados hasta los dientes, la situación no ha cambiado. Peor aún, permanece intacta. Tan mortífera antes, como hoy, y con seguridad, mañana. Pero la tragedia es inútil, porque las cosas siguen igual. Todos armados, con un vecino potencialmente "enfermo" que una mañana se levanta a masacrar a los que pasan por enfrente.
En otras latitudes, no está menos enferma una democracia que facilita la muerte, como una que utiliza la fuerza pública contra sus ciudadanos. Más grave todavía, contra mujeres, ancianos y jóvenes. Bien dicen que más vale un mal arreglo, que un buen pleito. El gobierno al mando de Mariano Rajoy, "hizo lo que tenía que hacer". Es decir, no proteger a los ciudadanos, sus opiniones y sus libertades, sino aplastarlos violentamente con la brutalidad que suele caracterizar a la policía. Como vemos, la ausencia de liderazgo y política, no sólo la padecemos nosotros, sino hasta las democracias más consolidadas.
Es cierto, el referéndum convocado en Cataluña para votar la independencia de España, contravenía abiertamente la constitución del país, por lo que automáticamente carecía de legalidad. No obstante, en vez de hacer política y litigar por cauces institucionales, el presidente Rajoy actuó como un auténtico Maduro en Venezuela. Pisoteando, violentando. El garrote antes que la política. Nada bueno le espera a un país que utiliza la fuerza pública contra sus ciudadanos. ¿Acaso ya olvidaron a Franco? Si el obtuso gobierno español pensó que la violencia iba a disuadir a los independentistas, con la represión, sólo profundizó la lucha social.
En su cuenta de Twitter, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, escribió con toda claridad: "Un presidente de gobierno cobarde ha inundado de policía nuestra ciudad". Insisto, ¿acaso ya olvidaron la dictadura franquista?
Hasta la mejor democracia puede estar bajo amenaza.
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