-En tu casa hay un tesoro. Así le dijo Lencho el del Potrero a su amigo Concepción. Se puso Concho a buscar aquel tesoro, pues Lencho era entendido en cuestión de relaciones, que así se llaman por allá los tesoros ocultos.
Cavó primero en el corral, y no halló nada. Luego hizo pozos en las habitaciones de la casa. Llenó de agujeros el piso de la cocina, de la sala, de la recámara y la despensa. Nada halló.
Dejó de trabajar para encontrar esa riqueza. Horadó las paredes de adobe de la casa, tanto que los muros amenazaban ruina. Echó a perder con sus excavaciones el florido jardín que con esmero había plantado su mujer, y no hubo ya en el huerto cosecha de albas cebollas, repolludos repollos y lechugas frescas como una lechuga.
Cansada de todo eso la esposa de Concho se fue de la casa.
Un día Lencho se topó con el marido abandonado y le dijo:
-El tesoro que había en tu casa, y que nunca supiste ver, está ahora en la mía.
¡Hasta mañana!...