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80 pesos diarios

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Marcela Pámanes

Me taladra el dato. Pienso en él nada más sentarme a comer; cada que voy al supermercado y adquiero lo que considero es nutritivo para mis hijos; al abrir el refrigerador y ver la multiplicación de las bendiciones; cuando recibo una invitación a comer en un restaurante... Sucede que me siento culpable. He dejado de disfrutar los alimentos porque pienso en ese millón de niños desnutridos, en esos 27 millones de mexicanos en pobreza alimentaria.

¿Por qué este abismo de diferencias? ¿Por qué la pobreza se perpetúa? ¿Por qué tantos alimentos desperdiciados? ¿Por qué la práctica de encarecer los productos perecederos tirándolos? ¿Por qué los programas de desarrollo social no abaten las estadísticas y sí, en cambio, aumentan los porcentajes de pobreza? ¿Por qué Chiapas, Oaxaca y Guerrero siempre aparecen en la lista de los estados pobres? ¿Por qué la desvergüenza del político que se va a jugar golf con el presidente? ¿Por qué la lista de millonarios en dólares tan corta y en contraste la lista larga, muy larga, de mexicanos que hoy no saben si comerán, ya no digamos en una mesa, sino parados, recargados en un cartón que sirve de pared, o en alguna calle ruidosa donde alguien les acercó un taco?

80 pesos de salario diario, cinco integrantes por familia, y el kilo de carne a 150 pesos y a 11 pesos un viaje en transporte público; a ocho pesos el kilo de gas LP; cinco con cincuenta por un litro de leche Liconsa; a 14.90 el kilo de tortillas; y las vidas atrapadas en 43 metros cuadrados de vivienda. Números que roban el aliento.

¿Podemos permanecer indiferentes? Sí, lo hemos hecho. ¿Podemos hacer como si no pasara nada? Sí, hasta que la liga, de tanto estirarla, reviente. ¿Podemos confiar en que tarde o temprano la pobreza no sea el factor para perpetuar un sistema? No sé. No veo por dónde modificar este lastre que tanto duele, no veo ni ganas, ni acción, ni voluntad, ni interés. ¿Soy pesimista? Los resultados me empujan a ello.

Para iluminar un poco el sombrío panorama, pienso en el Banco de Alimentos de Cáritas Diocesana de Torreón, en Fundación Lala, en decenas de comerciantes locales que contribuyen con producto a sostener la alimentación en casas hogar o asilos de ancianos. Recuerdo a productores agropecuarios que voluntariamente acercan los frutos de la tierra para paliar la necesidad.

No es suficiente. La pobreza trae aparejadas discriminación, violación a los derechos humanos, enfermedad, una disminución en las capacidades cognitivas producto de la mala nutrición, ese desánimo muy parecido a la tristeza, la precariedad de la autoestima, saberse vulnerables, con heridas emocionales que son hereditarias. Si bien hay quienes lograron romper el paradigma, la herencia maldita de la pobreza, esas excepciones, soy realista, no dan para evitar el generalizar.

Leo documentos emitidos por organismos internacionales para tratar de entender el tema y el futuro de los millones de pobres en el mundo. Todos coinciden. El asunto es cómo dignificar la vida de esas mayorías que ven pasar a los políticos vestidos con trajes de todos colores. Se acercan en tiempos electorales y ofrecen y prometen y dan a los pobres lonas que les sobran de las campañas para que se protejan del agua, de los vientos, del calor.

Tenemos una deuda social que no podemos ignorar. Cada vez que a ese niño le gruñen las tripas porque no pudo silenciarlas con comida, cada vez que ese joven no tiene agua, cada vez que alguien no tiene con que lavar su única camisa, cada vez que un adulto sueña con un colchón donde descansar, cada vez que pasamos de largo como si no fuera nuestro problema, esa deuda se incrementa.

Todos merecemos vivir dignamente, ¿te queda alguna duda de ello? Tenemos el reto de éste día y cada día: contribuir al bienestar de la mayor cantidad posible de personas.

Escrito en: ¿Por, cada, pesos, pobreza

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