Iba la lechera con su cántaro al mercado.
Pensaba que con el dinero que obtendría con la venta de la leche se compraría unas gallinas que le darían pollos; vendería los pollos y compraría una vaca que le daría terneros; vendería los terneros y se compraría una casa, y ya dueña de su casa no le sería difícil encontrar marido.
El fabulista supo lo que pensaba la lechera y deseó en su interior que el cántaro se le cayera. Se rompería, claro, y se romperían también sus sueños. De eso él podría sacar una moraleja.
El deseo del fabulista se cumplió: el cántaro se le cayó a la lechera. Pero sucedió algo extraordinario: el cántaro no se quebró. Salió botando como pelota, le cayó sobre la cabeza al fabulista y lo descalabró.
Le preguntaban luego al hombre:
-¿Qué moraleja sacaste de lo que te sucedió?
Respondía, mohíno, el fabulista:
-Las moralejas no se sacan de lo que te sucede a ti, sino de lo que les pasa a los demás.
¡Hasta mañana!...