Nuestros antepasados indígenas eran dueños de un fantástico bestiario donde los animales asumían cualidades mágicas.
De la comadreja decían que se embarazaba por las orejas y paría por la boca.
De la serpiente contaban que bebía la leche del seno de la mujer que se había dormido mientras amamantaba a su hijo. La sierpe metía la cola en la boca del bebé para que no llorara.
Al coyote le atribuían una extraña habilidad: daba vueltas y vueltas en torno de una palma hasta que, mareada, soltaba sus sabrosos dátiles.
Las perdices, según ellos, eran tan lúbricas y sensuales que si el viento les llegaba desde el lugar donde se hallaba el macho con sólo eso concebían.
Para ellos la saltapared era ave de mal agüero: si se posaba en el techo de una casa eso significaba que la mujer que ahí vivía le era infiel a su marido. La espantaban entonces con la escoba, o les pedían a sus hijos que le tiraran piedras.
Recordemos por último el famoso dicho: "Cuando el tecolote canta el indio muere". Y su remate: "Eso no es cierto, pero sucede".
¡Hasta mañana!...