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Pondré mi ley en su interior (Jer 31, 33). El que quiera servirme, que me siga (Jn 12, 26)

Episcopeo

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Las lecturas de este domingo nos hablan de ese camino, del bagaje que hemos de llevar y de quién nos acompaña en el trayecto. En la primera lectura se nos dice que la antigua Alianza fracasó por la infidelidad del pueblo, pero que Dios no se detiene en sus planes y anuncia la instauración de una nueva Alianza, escribiendo su Ley de amor en el corazón (Jer 31, 33). Efectivamente, entre las características de esta nueva Alianza están: la interiorización de la Ley, la permanencia del Señor con su pueblo y el perdón de los pecados.

En la segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, Cristo es el Mediador de la nueva Alianza, principio de salvación para todos los que le obedecen. Pero, al mismo tiempo, Cristo es el primero y el más perfecto cumplidor del nuevo Proyecto que Dios hace para su pueblo: Cristo por su actitud de sumisión y respeto a los planes de Dios, por su obediencia filial es modelo para todo el pueblo y finalmente autor de salvación eterna para todos (Heb 5, 9). Todo esto nos da la convicción de que el dolor o el sufrimiento o la muerte no tienen la última palabra. El amor total de Cristo, hasta la muerte, fue infinitamente fecundo, como la muerte del grano de trigo en tierra, como dice Él en el evangelio.

En Jerusalén, donde pasará los últimos días antes de su condena, tiene lugar la escena que hemos escuchado: unos griegos se acercan al apóstol Felipe exponiéndole su deseo: Señor, queremos ver a Jesús (Jn 12, 21). Quizás les movía la curiosidad o el deseo de ver a un hombre del que tenían noticia por sus milagros o sencillamente porque querían conocerlo. Los apóstoles Felipe y Andrés debieron sentirse felices al presentárselos a Jesús; pudo haber, incluso, un saludo, pero el evangelista sólo recoge las palabras del propio Jesús que lo definen como el grano de trigo que cae en tierra, muere y da mucho fruto (cf. Jn 12, 24).

Por cierto que también hoy día muchos hombres, que buscan a Dios con sincero corazón, se cuestionan dónde encontrarlo, y acaso intuyen que Cristo es el camino para ir a Dios y es que la figura de Jesús está viva y no pierde interés para el hombre de cualquier tiempo. Pero ¿cómo hacer visible el rostro de Dios en Cristo para los hombres de hoy? ¿No estarán gritándonos a los cristianos: Mostradnos a Cristo? Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a mostrarlo. ¿Lo hacemos?

Es posible que nosotros, creyendo en Él, hayamos expresado el deseo de conocerlo mejor, porque más allá de lo que nos dice la fe, a lo que aspiramos es a que se nos manifieste más intensamente y, a nuestra manera, así se lo hemos pedido; y Él posiblemente nos responderá con el silencio, un silencio elocuente ante tu petición que podía llevar la marca de un mero egoísmo. Hoy, en este Domingo quinto de Cuaresma, te sale, nos sale, al paso para decirnos, si le hemos pedido eso, que: El que se ama a sí mismo se pierde (Jn 12, 25), que es lo mismo que nos había dicho en otra ocasión: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga (Lc 9, 23).

Cuando la salud, el triunfo, el éxito y los honores, aspiraciones legítimas en todo ser humano, se transforman en ideal supremo y único en la vida, ya no queda lugar para la renuncia, el sacrificio, el sufrimiento y los numerosos valores que el creyente cristiano encuentra en el Evangelio, que sólo se descubren a la luz de la propia vida de Jesús. Él nos ha enseñado que el mundo se salva no con alardes de poder, sino por medio de la cruz, que, en este mundo nuestro no tiene ciertamente buena prensa ni popularidad, pero que para nosotros, los creyentes, lo que nos dice Cristo en el Evangelio goza de plena vigencia.

Los que confesamos nuestra fe en Jesús, como Dios y Salvador nuestro no tenemos otro medio para mostrarlo que el testimonio individual y comunitario. Cristo está presente y vive en la comunidad de sus discípulos, en su palabra y en los sacramentos, particularmente en la Eucaristía, anima la comunión fraterna de cuantos le seguimos; está presente en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados, y se encarna en todos los que aman al prójimo, viven los problemas de los demás y son solidarios con el pobre y el marginado. Ahí es donde puede verse hoy un reflejo de Cristo y de su evangelio.

Estamos a siete días de la Semana Santa; en ellos aún tenemos tiempo de reavivar e intensificar la promesa de conversión que, hacíamos, al calor de las palabras que se nos decían en la imposición de la ceniza el miércoles con el que se iniciaba la Cuaresma: Conviértete y cree en el Evangelio. Que el Señor nos ayude a llevar a cabo cuanto incluía aquella promesa o la que ha podido brotar a lo largo de las semanas siguientes. Es así como podremos celebrar la Pascua en cristiano.

Héctor González Martínez

Arzobispo

Emérito de Durango

Escrito en: Episcopeo Cristo, Dios, hemos, dice

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