SOPA DE LETRAS

Me gustan los libros raros. Los libros que demandan una lectura no convencional. Dentro de estos están esos libros en los que parece no pasar nada y que los párrafos no conducen hacia ninguna parte en concreto sino que se bastan a sí mismos en cada renglón y se regodean en el lenguaje, en cada palabra. Pienso en 'Muerte por agua', de Julieta Campos.

Están los libros de perspectiva en los que la narración parece acontecer exclusivamente al interior de sus personajes y que exigen ser leídos por vía de un esfuerzo adicional de la deducción y la imaginación. Pienso en 'Ulises' de James Joyce.

Están esos libros denominados libros-río, superabundantes en información y en personajes que nacen con múltiples planteamientos separados pero que se van juntando a medida que las tramas avanzan. Pienso en 'La región más transparente' de Carlos Fuentes.

Están esos libros deliberadamente abigarrados a los que es preciso entrar con botas altas y machete en mano para abrirse paso en una tupida selva de referencias y significados instalados en una historia igualmente densa. Pienso en 'El hipogeo secreto' de Salvador Elizondo.

Están esos libros con historias metidas dentro de otras historias, que se estructuran en círculos concéntricos y que alcanzan profundidades difíciles de atender sin perderse. Pienso en 'Las mil y una noches' (que apenas leo).

Están esos libros hiperbólicos en los que la exageración se da en todos los niveles, llevando las historias, la fabulación y el lenguaje hasta sus impensados límites. Pienso en 'Palinuro de México', de Fernando del Paso.

Están también los libros-rompecabezas, que como su nombre lo dice, no basta con leerlos, sino que es preciso tomar una trama fragmentada en el tiempo y unir las piezas de significado para ir construyendo una realidad literaria coherente. Pienso en 'Rayuela' de Julio Cortázar.

Pero están esos libros que son todos los tipos de libros raros a la vez y en una escala muy compacta y bien lograda. Pienso en 'Mientras agonizo'. Un libro que William Faulkner, escribió en menos de dos meses y que, dicho sea (no tan) de paso, Juan Rulfo, seguramente leyó.

'Pedro Páramo' también puede considerarse un libro raro. Sutilmente raro. Lo leí recientemente, aprovechando la cercanía del centenario de su autor. Las desventajas de no leer un libro como este, temprano en la vida, son varias. Entre las que he podido constatar en mi propia lectura está la de encontrarme con un libro sumamente 'espoilereado'; o dicho más localmente, 'choteado'. 'Choteado' o 'desgastado' por toda esa vorágine de tesis, pláticas, elogios, artículos, ensayos, conferencias, que giran en torno a un libro como este.

Yo no pretendo sumarme ni a los elogios ni a las hipótesis literarias que un libro-mina como este puede ofrecer a los lectores maliciosos, ni siquiera pretendo brindar el más mínimo detalle de su trama, pero si los lectores de esta columna no han leído todavía "Pedro Páramo", deben buscarlo ya. Antes de que, so pena de que como me ha pasado a mí, cuando finalmente se decidan a leerlo, se encuentren con un libro espoilereado; gastado indirectamente por cientos de lecturas ajenas.

No digo que un libro como el de Rulfo pueda gastarse, en el sentido estricto de la palabra, cosa que me parece bastante ardua especialmente en los cincuenta años que lleva de publicado, sino que lo digo con un dejo de remordimiento, parecido a un autoreproche que me nació de no poder leerlo con ojos inocentes, y constatar por cuenta propia si en efecto se trata de un libro raro. Sutilmente raro. Como dicen. Como digo.