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LETRAS DURANGUEÑAS

Macondo en tierra narca

Macondo en tierra narca

Macondo en tierra narca

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

¿Cuáles son los mejores tiempos para el trabajo periodístico? ¿Los que enseñan los manuales tradicionales para la noticia, la crónica, el reportaje? Si así fuera estas páginas no tendrían ninguna razón de ser, porque «Hay que estar siempre en el lugar de los hechos». O lo más cerca posible, pensando en las guerras. Y eso no había sucedido -tampoco resistí la camisa de fuerza de la tercera persona-, aunque me hubiera gustado mucho cumplir con las reglas de siempre, como ya se verá.

Yo recordaba la resistencia de llevarnos hasta Aracataca, es peligroso, la guerrilla, ya sabe, pero después de haber disfrutado las transparencias azules de Santa Marta y luego de servirnos un pescado con arroz y coco, sin faltar el plátano frito, al tiempo que cantábamos los cien años de Macondo sueñan, sueñan en el aire, queríamos visitar con más deseos la casa donde había nacido el 6 de marzo de 1927 el niño Gabriel José de la Concordia. Del grupo de veintitantos duranguenses que asistimos al IV Congreso Internacional de la Lengua Española en Cartagena de Indias, solamente nos arriesgamos siete. A la orilla de las extensas plantaciones se podían ver guardias militares. Ya de tarde, en el lugar legendario, y tras recorrer el recinto, nos tomamos fotografías junto al árbol grande del patio, que bien podría ser al que ataron al patriarca José Arcadio Buendía. Nos agarró la noche aquel otro marzo del 2007.

Así que cuando me comentó Manuel Ochoa Méndez, del comité organizador del festival para celebrar al premio Nobel de literatura, el pasado mes de enero, que prácticamente ya tenían cerrado el programa de participaciones, lo acepté con resignada naturalidad. Era muy tarde; ese mismo mes me di cuenta por una nota en internet del evento anual. Además ya no contaba con los mismos valientes que nos acompañaron hasta Colombia a festejar los ochenta años de Gabo. Habían fallecido varios compañeros dos décadas después; de ir tendría que arreglármelas solo. Y es que, en efecto, faltaba poquísimo para que comenzara el encuentro. Mientras tanto oí su voz amable por el celular: «Puede ser para el año que viene. Gracias por querer acompañarnos». ¿Y quién me asegura que tendré salud o viviré para entonces?, respondía para mis adentros, sin perder la gratitud.

Porque me parecía claro el contraste yendo todavía más lejos, hasta Aristóteles quien enfatizaba que toda reflexión nace del asombro, de lo que nos maravilla. Ilustraba bien el caso. ¿Cómo puede ocurrir algo así? En medio de tanta sangre derramada, de cientos de asesinatos entre los carteles de la droga, de las amenazas que lentamente fueron avanzando en las montañas y en las mansiones urbanas de Culiacán hasta encarnarse en una espantosa realidad. El festival, en cambio, era una rosa amarilla, de las que siempre acompañaron a García Márquez. El hecho es que el profe Cruz -así llamado siempre cariñosamente- un modesto maestro originario de Veracruz, que laboró durante años en el Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario, el CBTA 133 del ejido de Recoveco, Mocorito, de la entidad sinaloense, echó andar el club «La hojarasca» para promover la lectura entre los estudiantes. Eso fue exactamente hace veintitrés años, cuando por otra parte el "Chapo" Guzmán e Ismael el "Mayo" Zambada dominaban todavía juntos ese territorio. Y ahora que los dos capos estaban encarcelados en prisiones gringas sus grupos delincuenciales se disputaban el control de Sinaloa, el mercado extranjero y las rutas del trasiego, dejando una estela de muertos tanto de "Los chapitos" como de "La mayiza", incluidos alrededor de treinta niños de familias que nada debían, según la fuente periodística (el portal Animal Político señala en su edición del 3 de febrero de 2025, al citar a su vez al Noreste, que «del 9 de septiembre de 2024 al 1 de febrero de 2025 en Sinaloa se han documentado al menos 796 homicidios dolosos, 936 personas fueron privadas de su libertad y fueron robados 2 mil 826 vehículos»). Sí, el contraste, la perplejidad. La luz y la sombra en la misma zona noroccidental de México.

No obstante, había que sumarse a la celebración, insistía. Porque tenía deseos de saludar a Úrsula, Aureliano y Remedios la bella. Sabía también que los lugareños habían puesto en una manta -una manta llena de esperanza, no de muerte y mensajes de terror como las que colocaban los narcotraficantes no tan lejos de allí- el letrero que anunciaba la nueva hermandad literaria, a la vista de la población y los visitantes: «Bienvenidos al verdadero Macondo. Tierra de inspiración que dio origen al mágico mundo macondiano. Tierra fértil, próspera y bendecida por Dios a orillas del río». En cada aniversario del festival se podía ver a estos personajes inolvidables desfilar por las calles de Recoveco. Pero, como ya dije, las cosas iban de otra manera.

Porque ya no tenía los treinta y seis años de cuando llevé el curso con el premio Nobel en la Universidad de Guadalajara; tampoco los cuarenta y seis de verlo en Colombia, con su elegante traje blanco ostión, corbata veteada, acompañado en el presidium por Mercedes Barcha, su mujer, Carlos Fuentes y los reyes de España, con la algarabía de la música del vallenato. Ahora en el 2025, la carga me resultaba muy distinta, en lo económico y en la condición física. A Cartagena de Indias nos fuimos en avión, evidentemente; ahora no podía pagar por mi cuenta los boletos de los dos o tres camiones que abordaría. Para eso, pues, necesitaba algún apoyo económico. Se me ocurrió enviar un oficio al director del Instituto Sinaloense de Cultura, el ISIC, solicitando su respaldo para poder viajar hasta el casi desconocido pueblito, a cambio de una conferencia y un taller de narrativa, «si no hay algún hotel me puedo quedar en cualquier casa», con base principalmente en el libro que había publicado en el año 2001: Las nostalgias de Gabriel García Márquez. Nunca me contestaron. Ni sí, ni no. Tampoco olvidaba otro tipo de dificultades, de preocupaciones mayores. De Durango a Mazatlán eran cuando menos tres horas por la autopista (hoy 21 de marzo que escribo estas líneas El Siglo de Durango informa que encontraron otros cuatro cadáveres en la carretera, y hace tres días se dio cuenta de más enfrentamientos). Por la nueva vía se evitarían los peligros de «El espinazo del diablo», recorrería la verde intensidad de los altos pinos de la Sierra Madre Occidental, pasaría el espectacular puente El Baluarte, con sus cuatrocientos metros desde el piso de la geografía escarpada, las decenas de túneles medio oscuros, el más largo con casi tres kilómetros de longitud, hasta sentir el descenso y el recibimiento cordial de la brisa marina en la cara; una ruta, lo tenía presente, en la que meses atrás gente del crimen organizado había bajado pasajeros de varios autobuses («Violencia en Sinaloa: sicarios bajaron a 165 turistas de camiones que iban de Durango y otros a Mazatlán», Andrés Martínez, Infobae, 27 de septiembre 2024). Y más allá de las montañas, donde se suponía que era refugio de algunos cabecillas del grupo criminal enemigo, una avioneta había arrojado bombas caseras sobre las zonas aledañas a la población de Vascogil, en Santiago Papasquiaro, Durango, atemorizando a los habitantes del lugar (La Jornada, 31 de octubre de 2024). En ese camino todo podía pasar. No por nada, ahora los duranguenses con recursos económicos preferían volar hasta Cancún o Puerto Vallarta para pasar las vacaciones o los fines de semana. Sin embargo, se podía esperar que la alta tensión subiría de verdad al llegar a Culiacán, donde eran frecuentes las balaceras y las persecuciones militares y policiacas. Allá decía el gobernador que no pasaba nada, acá que mejor había que pensarlo dos veces antes de ir a Sinaloa. No era todo. Desde la capital de la entidad, penosamente conocida en el mundo por ser asiento principal de la producción de drogas en el país, faltarían otras horas más para arribar a mi destino. Me esperarían, por fortuna, las mariposas que seguían por todas partes a Mauricio Babilonia.

Haga quien lo haga, los milagros deben contarse, me convencía. Y lo ocurrido en Recoveco excepcional. Fue necesario que apareciera en aquellas tierras apartadas un verdadero apasionado de la lectura, un convencido de que a través de los libros las comunidades pueden salvarse. Y qué mejor que servir de enlace entre la juventud y un genio de las letras universales. Un mago prodigioso como García Márquez para encantar a los alumnos con sus historias deslumbrantes. En un sitio próximo a las aguas del Pacífico, que ya hacía tiempo que había dejado de ser pacífico, un sensible lector multiplicó sus ensueños en la escuela preparatoria. Sopló el Espíritu Santo, como sentencia la página bíblica. Nació y creció así el Festival Cultural Gabriel García Márquez, organizado alrededor de la fecha del cumpleaños de Gabo...y una relación personal hasta dimensiones difíciles de creer (es fácil evocar imágenes de la película El cartero de Neruda). Nuestro premio Nobel y el profe Cruz se llegaron a conocer personalmente. Y el célebre fabulador le dispensó un afecto especial, tanto que algunos años después lo recibió en su casa mexicana, se tomaron fotos y le dedicó libros, por supuesto sin dejar de lado a la escuela donde comenzó todo: «Para el C.B.T.A # 133 Con todo el cariño y gratitud de su amigo, Gabriel».

Ya fallecido el profe Cruz -un cáncer en el riñón lo había vencido el 4 de febrero de 2023-, y si bien tenemos varios testimonios periodísticos que supieron ver lo extraordinario en lo cotidiano, junto a una imprescindible biografía, El realismo mágico del profe Cruz (2024), debida a su amigo y colaborador Guillermo Gallardo Murillo, que describe la trayectoria del apreciado maestro, fuera o no fuera yo hasta allá, también quería volver a esa historia lo más pronto posible -con la diabetes nunca se sabe-, un relato que me había llegado al corazón, porque como millones de personas en el mundo...sabía que aquelrelato también formaba parte de mi pasado.

Escrito en: letras durangueñas Durango escritos Cruz, profe, García, tres

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