
Roma reparte el poder entre lágrimas... y México ni se asoma
Hay momentos en los que el mundo parece detenerse.
Donde los mismos hombres y mujeres que firman declaraciones de guerra, que imponen sanciones económicas o que deciden el destino de millones, bajan la cabeza en un mismo recinto, no por estrategia, sino porque la muerte -esa gran igualadora- los ha convocado. La despedida del Papa Francisco es uno de esos instantes raros en los que la geopolítica se viste de luto, y en los que, entre rosarios y silencios, se tejen las alianzas del mañana.
México, un país que lleva grabado a fuego el catolicismo en su historia, no puede permitirse el lujo de ser un espectador ausente. No cuando el verdadero poder no se ejerce en los discursos, sino en los pasillos de la Basílica de San Pedro, en las miradas cruzadas durante el réquiem, en las cenas privadas donde se negocia sin agendas visibles.
En diplomacia, una silla desocupada es un mensaje. Cuando decenas de presidentes, primeros ministros y reyes se sienten en esos bancos de madera tallada, nadie llega solo por devoción. Van porque saben que, en algún momento entre el In paradisum y el amén, habrá un apretón de manos con ese líder con el que las relaciones están rotas, una conversación al oído con quien controla el flujo de inversiones, o un gesto de complicidad con el aliado que puede inclinar la balanza en un voto crucial en la ONU. Dice que prefiere el aislamiento.
Que no le interesa estar donde se cuecen los grandes acuerdos. Que, en un planeta donde las crisis se multiplican -guerras, inflación, migración-, puede permitirse el lujo de no estar. Los funerales papales son la única "cumbre" donde no hay fotos oficiales, ni declaraciones forzadas, ni ese protocolo que ahoga la diplomacia real. Aquí, los líderes cenan en restaurantes cercanos al Vaticano, lejos de sus equipos de prensa, y hablan sin guion.
Fue en un funeral como este donde Alemania y Francia empezaron a destrabar su relación tras la Segunda Guerra Mundial. Donde Juan Pablo II se reunió en privado con Fidel Castro, cambiando el rumbo de Cuba hacia la Iglesia. Donde los líderes africanos lograron que Europa los escuchara sobre el colonialismo económico. México tiene demasiado que ganar (o perder) en estos espacios: desde asegurar apoyo para el T-MEC hasta frenar el flujo de armas hacia cárteles. ¿Realmente puede faltar? Hay ausencias que duelen más que las traiciones.
Si la Presidenta de México no asiste, mandará tres señales peligrosas: primera, a sus ciudadanos, que no le importa un evento que conmueve al 72% del país; segundo, al mundo que México ya no aspira a ser un actor global; y tercero, a la historia que desperdició una oportunidad que solo se da una vez por generación.
La política exterior no se hace solo en escritorios. Se hace en estos momentos, entre lágrimas y murmullos, donde los líderes muestran su humanidad... y su ambición. Mientras el humo del incienso se eleva sobre Roma, alguien, en algún rincón de esta ciudad eterna, estará tomando una decisión que afectará a millones. México merece estar en esa mesa. Porque en política, como en la vida, lo que no se nombra, no existe. Y hoy, el mundo se está repartiendo en voz baja.
E gustó?". Esa pregunta le hizo el anheloso recién casado a su dulcinea al terminar el primer breve trance de amor en la noche de bodas. "¿Cómo que si me gustó? -replicó ella, molesta-. ¿Qué ya fue todo?... No tienen fin las desventuras conyugales de doña Macalota, esposa de don Chinguetas. Anoche lo sorprendió de nuevo en el lecho conyugal entrepernado con una bella mujer de traza agarena como aquélla que describió Mutadid, califa de Sevilla en el siglo XI, "de caderas opulentas y exiguo talle". (La mujer, digo, no el califa). Al ver a su marido en esa pecaminosa situación la señora se quedó sin habla. Le explicó el salaz marido: "¿Recuerdas a aquel sultán al que conocimos en un crucero a Dubai y con el que hice amistad? Murió, y me heredó a su favorita". (Qué sultán ni qué favorita. La mujer bailaba en el cabaret "El columpio del amor", de la Colonia Cerro). Cuando a dos se les compara uno de los dos repara. Imposible resulta, sin embargo, dejar de ver las numerosas semejanzas que hay entre López Obrador y Trump. El cacique de Morena acosó empecinadamente a la UNAM, y el alienado magnate de la Casa Blanca hostiga ahora a la Universidad de Harvard. El mismo desdén que mostro AMLO por la ciencia y el arte, por la cultura en general, lo exhibe el amarilloso autócrata, que lo único que tiene es dinero y poder. Sin nada en la mente ni en el corazón, es no sólo un hombre pobre, sino un pobre hombre. En los antiguos tiempos el filósofo Bías se vio obligado a salir de su ciudad con un grupo de amigos y compañeros. Éstos cargaban penosamente sus más preciados bienes; él no traía nada. Explicó: "Omnia mecum porto". En latín eso significa: "Todo lo que tengo lo llevo en mí". La ignorancia da, entre otros malos frutos, el dogmatismo y la soberbia. Arrogantes y dictatoriales por igual, llegará por fuerza el día en que tanto Trump como López deberán hacer frente a sus fantasmas. El mal que hicieron se les presentará en toda su magnitud; a pesar de su ceguera y narcicismo se darán cuenta de los daños tan graves que causaron a sus respectivos países y a sus conciudadanos. Quienes ahora los adulan se esconderán avergonzados, y esa implacable jueza que es la Historia los condenará. Advierto con alarma que estoy cayendo en grandilocuente rigurosidad, algo ajeno a mi benévolo talante, pero es que me ha indignado el ataque de Trump a las universidades, especialmente a la de Harvard, que con entereza y dignidad ha resistido las embestidas del ignaro ricachón. No puedo dejar de mencionar que esa universidad y el glorioso Ateneo Fuente, mi amadísima alma mater en Saltillo, tienen el mismo lema, contenido en una sola palabra latina: Veritas, pronunciada como si llevara acento en la e. Eso quiere decir "Verdad", y ya se sabe que la verdad acaba por imponerse siempre por encima de la mentira y la calumnia. Así sucederá con Trump, de ingrata presencia. Sucederá así con López Obrador, de ingratísima memoria. Temo que mi severo réspice haya sacudido a la República, y quizás también a una parte de la Unión Americana. Atenuaré esa reprensión con un par de chascarrillos finales. Don Generio era padre ya de 14 hijos. Una trabajadora social lo amonestó: "Piense en los problemas que tendrá para alimentar a uno más". "Señorita -respondió el prolífico señor-. Cuando estoy con mi esposa pienso que puedo alimentar a toda la población de México ". (Y quizás también a una parte de la Unión Americana). La muchachita adolescente les contó a sus papás: "La clase de Educación Sexual estuvo hoy muy interesante. Nos enseñaron cómo se tienen los bebés. Y mañana estará más interesante aún. Nos van a enseñar cómo no se tienen". FIN.