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IGNACIO ESPINOZA GODOY

Cada año sucede lo mismo: nos fijamos propósitos que, a la vuelta de 365 días, constatamos, una vez más, que no cumplimos, debido principalmente a que carecemos de la suficiente fuerza de voluntad, constancia, disciplina y responsabilidad para darles seguimiento a esos objetivos que, incluso, antes de que concluya el año ya tenemos incluidos en una lista, que generalmente se queda en una relación de buenos deseos que con el paso de los días, semanas y meses olvidamos en su continuación porque simplemente ya nos ganó la flojera y nuevamente los contemplamos para el próximo año. Al cabo hay más tiempo que vida, argumentamos y nos justificamos, cuando realmente no hay pretextos que valgan en este sentido.

Muchas personas siguen y persiguen la meta, por ejemplo, de bajar de peso, y así se la pasan poniendo en práctica una y otra dieta que, finalmente, a la vuelta de unos cuantos días o semanas, la dejan a un lado porque afirman que no les dio los resultados esperados, cuando se trata de perseverancia y paciencia para llegar al objetivo deseado. Sin embargo, vuelven a la carga unas semanas o meses después con una nueva dieta que les recomendó una amiga o amigo o que vieron en internet y que, al parecer, ésta sí les va a ayudar en su propósito de lucir mejor o, por lo menos, a reducir una o dos tallas de ropa.

De esta manera, podríamos mencionar un sinfín de ejemplos de propósitos que nos formulamos durante los primeros segundos de cada año, cuando seguimos el ritual de las uvas, ese momento que aprovechamos para expresar una larga lista que, más que de objetivos, se ha convertido con el paso de los años en una relación de buenos deseos para los que no se hace gran cosa para tratar de que se cumpla siquiera alguno de ellos.

Y es que, amable lector, volvemos a ese círculo vicioso del que nos resulta complicado salir, debido a que nos hace falta una buena dosis de fuerza de voluntad, de verdadera disciplina y constancia para abordar con determinación cada uno de esos propósitos y que a la vuelta de algunas semanas y pocos meses veamos resultados reales producto de la perseverancia y la responsabilidad con que los tomamos en cuenta, pues de otra manera continuaremos con la decepción y frustración de cada año al observar que no cumplimos ninguna meta y que nuestra realidad sigue siendo la misma en los aspectos que habíamos decidido cambiar.

Por supuesto que no es sencillo cambiar de la noche a la mañana esos vicios, esos hábitos negativos que nos impiden concretar los objetivos que nos proponemos alcanzar cada año, porque es más fuerte la pereza mental (y también la física) para darles seguimiento a esos propósitos que en ocasiones nos pesan como un lastre en la vida porque la verdad es que no tenemos la suficiente decisión para acometerlos ni, mucho menos, para cumplirlos, lo que nuevamente deriva en otro fracaso personal que llega a convertirse en un estilo de vida.

Lo negativo del asunto es que así van transcurriendo los años, sin que concretemos esos propósitos que nos ayudarían mucho a transformar nuestro entorno y, sobre todo, a delinear un proyecto de vida del que debemos darles un buen ejemplo a los hijos, quienes también corren el riesgo de imitar lo que observan en el hogar, es decir, padres que no cumplen con sus objetivos trazados a corto, mediano o largo plazos, por lo que se va generando un ambiente que también llega a contaminar a quienes nos rodean y de quienes nos gustaría ver que rompen con ese círculo vicioso que sólo se va perpetuando de generación en generación.

Pero... ¿podemos hacer algo para terminar de una vez por todas con ese panorama nada alentador que se repite año tras año? La respuesta no es tan complicada: ¡claro que se puede! Lo más complicado es desterrar esos hábitos perniciosos que parece que ya forman parte de nuestra personalidad (aunque, desafortunadamente, en la mayoría de los casos ésa es una triste realidad), de ahí que es una empresa muy difícil de acometer si no se tiene toda la determinación de llegar hasta el final, es decir, de eliminar esas costumbres negativas que no nos dejan avanzar.

Nada es sencillo, por supuesto, cuando se trata de vencer esas viejas ataduras que nos limitan cuando se trata de iniciar un proyecto, de construir el futuro traducido en un propósito cuya única finalidad es mejorar en algún ámbito de la vida, ya sea en el económico, en el de la salud, en el espiritual, en fin, en los diferentes aspectos en los que pensamos que necesitamos crecer para estar mejor con nosotros mismos.

Lo más importante es iniciar con la firme determinación de que ese propósito está al alcance de nuestras fuerzas y posibilidades, por lo que si partimos de esta premisa, será menos complicado continuar avanzando en la consecución de esa meta que, si bien al principio, se observa distante, con un paso sostenido, constante, y apoyados en la perseverancia, seguramente, la podemos conquistar. Recordemos: todo requiere de esfuerzo, pero al final el resultado habrá valido la pena.

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