SOPA DE LETRAS
En los últimos meses del turbulento 2016 emprendí una actividad que si bien podía ser estéril, también era entretenida. La actividad consistía en plantear a conocidos y amigos que si tuvieran que sintetizar las experiencias y los acontecimientos del año en una sola palabra, ¿cuál sería esa palabra?
De todas las veces que realicé este cuestionamiento obtuve muchas y variadas respuestas, entre las que previsiblemente destacan, están:'cambio', 'transformación', 'aprendizaje';aunque también hubo quien adjetivó al 2016 de:'insólito', 'desconcertante', y hasta de 'aterrador';y hubo quien de plano tuvo la necesidad ser categórico y afirmar simple y honestamente que el 2016 fue un completo 'desmadre'.
En consonancia con este inocente ejercicio que planteé en mis encuentros casuales con allegados, el diccionario inglés de Oxford también designó una palabra que englobara al 2016; se trata de un neologismo que al menos para mí fue como una revelación: Postverdad.
Si los tiempos que corren nos dieron la oportunidad de acostumbrarnos al uso del prefijo 'post' (o 'pos') en términos como 'postvanguardia' o'postmoderno', el término propuesto como palabra internacional del 2016 por el diccionario de Oxford me sigue pareciendo insólito y asombroso, pero evidente.
Evidente, porque en él se resume la intuición generalizada de que algo raro estaba pasando con la realidad hasta ahora; algo, pero no sabíamos bien a bien qué, en parte porque no existía todavía una manera de nombrar a esa contrariedad, se carecía de la palabra precisa para el diagnóstico.
El prefijo 'post' se utiliza para dar a entender que se trata de algo que trasciende a la palabra a la que se antepone. De este modo, lo que se comprende por "los tiempos postmodernos", son los tiempos situados en un nivel más allá de la modernidad.
Por su parte el término postverdad sugiere ya sea que de alguna manera la verdad ha perdido importancia porque se la ha trascendido, o que se la ha trascendido porque ha perdido importancia. Pero antes de seguir, quizá valga la pena repetir aquí la razonable pregunta que Poncio Pilatos le planteara a Jesús en el juicio de este último:
¿Qué es la verdad?
Siguiendo los acontecimientos del pasaje bíblico, después de efectuar la pregunta, Pilatos salió al encuentro con el pueblo para decir que él no encontraba delito alguno en Jesús y que como dictaba la costumbre en pascua, liberaría a un prisionero; de modo que el pueblo debía elegir entre liberar a Jesús o a Barrabás(previendo Pilatos que eligieran al primero).
El resultado de esa elección es ya por todos conocido.
El resultado de esa otra elección que aconteció el año pasado en Estados Unidos es también por todos conocido, y en algún sentido, ambas elecciones, la de Barrabás y la de Trump, se parecen.
Cuando Pilatos salió a emitir su veredicto no hizo más que confirmar las sospechas de inocencia que de Jesús el pueblo ya albergaba en el fondo; pese a ello lo condenaron, porque no haberlo hecho, para los fariseos y para el pueblo soliviantado, hubiera significado admitir su necedad en el equívoco.
Una lógica similar, de orgullo, de obstinado capricho, impulsó a los votantes de Trump, que pese a sospechar de su naturaleza espuria y peligrosa lo "eligieron"(recordemos que se trata de un voto colegiado) porque haber votado por cualquier otra opción, hubiera significado que el nacionalismo trasnochado y la propensión al odio que palpita en su espíritu están por demás errados.
Elegir a alguien con los atributos de Trump no sólo no desaparece el miedo de estar equivocados en esa increíble cantidad de personas que decidieron que él debía ser el hombre ciertamente más poderoso del planeta, sino que lo legitima; legitima el miedo, legitima el error, el error se vuelve verdadero, y lo verdadero se vuelve falso. Entre otras cosas, porque acá, los que no votamos por liberar a Barrabás, nos lavamos las manos.