Los caminos del deseo
En Finlandia, cuando se quiere hacer el trazado de un parque, los ingenieros esperan a que sobrevenga una primera nevada. Una vez que la nieve se ha asentado dejan que las personas transiten con libertad por el predio. Luego se registra la ruta que dejan los pasos de las personas que pasaron por ahí. Esos trazos de huellas sobre la nieve serán luego los caminos que del parque pavimentarán. Es por ello que a los caminos de los parques en ese país se conocen como los caminos del deseo.
Hace un par de días me encontraba leyendo un texto por recomendación de mi amigo Ismael Lares que lleva por título "El lector insumiso". Se trata de la entrada de un blog que se pertenece al año 2007. ¡Vaya!, una entrada de hace diez años. ¿Y qué son diez años? Para muchos nada. Para otros -en una época signada por la feracidad tecnología como la nuestra- supone un tropel de cambios vertiginosos.
Pero el tiempo y sus inevitables maneras de fugarse no es el tema que nos ocupa en la columna de hoy, sino el contenido de ese texto firmado como anónimo. "El lector insumiso" tiene una frase introductoria que es ya bastante impresionante y que anuncia el tono del contenido posterior del texto. A continuación copio ese epígrafe además de retomar, a pie juntillas, algunas nociones extraídas de este interesante artículo:
"No hay vicios más difíciles de erradicar que aquellos que popularmente se consideran como virtudes. Entre ellos, el vicio de la lectura es el principal".
El texto, como este epígrafe de arriba, nos propone el enjuiciamiento de un resabido paradigma: el de que "leer es bueno" Edith Wharton.
Durante las últimas décadas el libro ha sido objeto de un empeño por justificar su existencia. (Como si de verdad requiriera de una justificación). Y aunado a este recalcitrante empeño hemos visto cómo se desprenden las más absurdas campañas para el "fomento a la lectura" y las monsergas que tanto en la casa como en la escuela se replican a la manera de los más tenebrosos dogmas religiosos, infundiendo en niños y jóvenes un verdadero coctel del miedo, vacunándolos sistemáticamente (sin saberlo) contra aquello que pretenden sacralizar, con frases como:
"Si no lees serás un ignorante". "Si no lees serás un fracasado". "Si no lees no llegarás lejos". "Si no lees -casi casi- te irás al infierno".
Si bien es cierto que la lectura reporta algunos beneficios (de los que no hablaremos en esta ocasión) para quien ha abrazado la lectura, se ha perdido en gran medida el respeto por el lector. Se ha perdido el respeto por esa divina variación del ocio que es el acto de leer -de leer porque sí- a la vez que se le ha ataviado con un sinfín de consignas que la literatura no está obligada a cargar.
Este empeño malsano por sacralizar a la lectura (que no a los libros, puesto que la lectura no es exclusiva de estos), por adjudicarle un peso moral, insostenible para el individuo, en una sociedad utilitaria como en la que vivimos, en la que el único modo legítimo de gastar el tiempo es trabajando, quizá provenga de un discreto resabio de culpa, de una especie de remordimiento por leer en lugar de "hacer cosas de provecho". Por eso es preciso justificar de mil y un formas las dos, tres horas o las que sean, invertidas ligeramente en la lectura.
El espacio es breve y el tema suscita reflexiones largas y merece discusiones serias. Este es el enlace al texto que menciono, por si te interesa unirte a la discusión, lectora/lector: http://desokupados.blogspot.mx/2007/12/el-lector-insumiso-no-hay-vicios-ms.html
Mientras tanto, creo que antes de apresurarnos a echar pavimento sobre las rutas que los lectores deben recorrer para convertirse en "ciudadanos ejemplares", en "próceres de las buenas consciencias", deberíamos dejar que su deseo ande un poco sobre la "nieve" y recordar que antes que todo, la lectura es un acto libre, fortuito y veleidoso.