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¿Enseñamos a los hijos a mentir?

PADRES E HIJOS

¿Enseñamos a  los hijos a mentir?

¿Enseñamos a los hijos a mentir?

IGNACIO ESPINOZA GODOY

De manera inconsciente - y muchas veces conscientemente-, los padres de familia (ambos, mamá y papá) enseñamos a los hijos a que en ocasiones se tiene que echar mano de algunas mentiras en diversas circunstancias, lo cual de ninguna forma se justifica, a pesar que puede haber muchos argumentos como los gastados de "sólo se trata de una mentira piadosa" y "no pasa nada", o "a nadie se le hace daño", si bien se pueden esgrimir muchos pretextos y excusas para no decir la verdad en determinados contextos y situaciones en las que nos vemos involucrados por las actividades que desarrollamos todos los días.

En principio, valdría la pena comentar que, de acuerdo con un estudio realizado por especialistas, el 60 por ciento de las personas no puede tener una conversación de 10 minutos sin mentir por lo menos una vez, lo que nos habla de que esta costumbre por no decir la verdad está tan arraigada en los diferentes estratos sociales, ya que este hábito no es exclusivo de un sector en específico por lo que no hace distingos cuando se trata de alterar la realidad y de buscar sorprender y engañar a los demás.

De acuerdo con el psicólogo Jerald Jellison, en el lapso de una conversación corta, decimos de dos a tres mentiras, así que, conforme a estadísticas comprobadas, una persona en un día de muy mala suerte podría recibir de otros hasta 200 mentiras, situación que refleja la magnitud de este viejo hábito y cuya práctica está estrechamente vinculada en prácticamente todas las actividades que realizamos, lo que no deja de asombrarnos, de ahí que deberíamos de cuidar más lo que pensamos antes de expresarlo verbalmente, pues corremos el riesgo latente de faltar a la verdad en muchas de las conversaciones que sostenemos con quienes nos rodean, empezando por la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, los conocidos y no se diga de los extraños.

Y aunque podríamos pensar que podemos darnos cuenta cuando alguien está tratando de vernos la cara, permítame advertirle, amable lector, que, según el referido especialista, sólo podemos detectar el 54 por ciento del total de las mentiras que nos dicen los demás todos los días, con lo que podemos deducir que no es tan sencillo descubrir cuando otra persona se quiere pasar de lista con nosotros para de alguna manera engañarnos o simplemente para divertirse a nuestra costa al expresar algo que no existe.

Según el mismo experto, el 25 por ciento de las mentiras que somos capaces de decir son para beneficio de otra u otras personas, con lo que ahora resulta que alguien más se favorece con este nocivo hábito, aparte de nosotros, cuando involucramos a terceros en una conversación, sin que éstos se percaten de que hasta les pudimos adjudicar cualidades que ni ellos mismos sabían que poseían, de tal manera que dichas mentiras trascienden el plano de quien las expresa para "embarrar" a alguien más, que después podría descubrir el engaño en el que fue inmiscuido, no necesariamente con mala fe.

Un dato sorprendente, estimado lector, es que, según se ha demostrado, los seres humanos podemos comenzar nuestra carrera de mentirosos desde los seis meses de edad, cuando, a través del llanto o de la risa, los bebés descubren que pueden hacerlo "falsamente", sólo para llamar la atención de los demás, algo que tal vez muchos nos resistimos a creer pero que está debidamente documentado por parte del Dr. Vasudevi Reddy, de la Universidad de Portsmouth.

Un aspecto que llama poderosamente la atención para explicar el origen de las mentiras radica en que, según Robert Trives, de la Universidad de Harvard, esta conducta es parte de un mecanismo evolutivo que ayuda a tener ventajas y beneficios, siempre en busca de "diferenciarnos" de los demás.

Otro ejemplo muy ilustrativo es que diversos estudios arrojan que el 80 por ciento de los que responden las encuestas psicológicas mienten para mostrarse más inteligentes y atractivos.

Otro dato curioso es que, de acuerdo con los resultados de una encuesta, el 39 por ciento las personas reconoce que dice mentiras sólo cuando es necesario, mientras que el 35 por ciento lo hace cuando no hay otra opción, en tanto que el 25 por ciento admite que dice mentiras sólo en ocasiones, a la vez que sólo el dos por ciento de los entrevistados revela que dice mentiras frecuentemente.

Todo lo anteriormente expuesto nos lleva a reflexionar a que si bien las mentiras están íntimamente relacionadas con todo lo que decimos (lo cual no significa que todo es irreal y fantasía), debemos ser más cuidadosos a la hora de meditar cada palabra que salga de nuestra boca, ya que potencialmente puede ser una mentira o una verdad a medias, lo cual no se justifica desde ningún punto de vista.

Lo realmente importante es que los padres de familia busquemos el equilibrio en nuestra vida diaria, de tal forma que no les estemos dando a los hijos un mal ejemplo en cada cosa que hagamos, para que después descubran, con decepción, que les mentimos, pues si de alguien buscan aprender es de nosotros, que debemos ser buenos guías y modelos en su existencia.

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