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Nacionalismo autoritario

JESÚS SILVA-HERZOG

JESÚS SILVA

La brújula del mundo ha sido trastocada por la victoria de Donald Trump. Estados Unidos es hoy, abiertamente, promotora del polo autoritario. De ser el abanderado del cosmopolitismo liberal, se ha convertido en defensor del nacionalismo autoritario. De la mano de Putin, imagina una nuevo mando. Un gobierno impetuoso y arrebatado, dispuesto a fomentar el odio y cultivar identidades excluyentes, un gobierno que aspira a comunicarse directamente con el pueblo mientras hostiga a la prensa y a los jueces.

El discurso de Trump toca constantemente una herida nacional. Para su cuento es importante decir que el país ha sido humillado por el mundo. Somos la burla del orbe, dijo mil veces durante su campaña. En su cabeza todo el mundo se ríe de los Estados Unidos. ¿Cuándo fue la última vez que ganamos una guerra?, preguntaba recientemente con la clara ilusión de festejar pronto la derrota espectacular de algún enemigo. El autoritarismo nacionalista incuba en el resentimiento. De ahí, seguramente, la intensidad de su convocatoria. A la política corresponde cobrárselas por las viejas humillaciones. Es el discurso de un orgullo lastimado que, finalmente, puede hacer justicia. La nación de la que habla Trump no es una sociedad unida en el respeto a las leyes, es una comunidad de cultura, una idea de Dios, una imagen del cuerpo. El nacionalismo de Trump es una fábula que argumenta el rechazo del extraño. Occidente contra Oriente; el norte contra el sur, los blancos contra los oscuros, cristianismo contra el islam.

El odio ocupa un nuevo lugar en la vida pública. La política la ha sacado de su escondite y la ha puesto en el centro. Lo que antes se consideraba una aberración en los márgenes, es ahora normal y permisible. Odiar al otro es una saludable búsqueda de regeneración colectiva. Buscar su expulsión es prevenir la infección de los malignos. El cambio es fundamental en el ecosistema autoritario: hay que aborrecer activamente al otro, hay denunciarlo como la gangrena que amenaza la salud del cuerpo nacional. Cuando el poder esgrime el discurso del odio, se cuela por todos los rincones. El color de la piel, las palabras que se pronuncian en la escuela, la vestimenta que se usa en la calle puede servir para la agresión de quienes se creen propietarios de una nación. Odio y miedo: las emociones que sostienen el nuevo régimen.

La pretensión es desinfectar culturalmente a los Estados Unidos. El autoritarismo trumpiano invoca una nación acosada desde dentro. No hay nación sin fronteras, ha dicho para justificar su muralla. Lo que dice sin decir es que no hay nación con culturas. Para quien siente su identidad amenazada, la pluralidad de pertenencias es la muerte de la nación. El español le parece un peligro, el islam, una ideología antiamericana más que una fe. La grandeza perdida que Donald Trump pretende recuperar no es otra cosa que una homogeneidad culturalmente excluyente. Por eso el gobierno de los Estados Unidos ve a los migrantes del sur como delincuentes. La criminalización no está ya, solamente, en el discurso sino también en el decreto. Sin papeles que justifiquen legalmente su presencia, el migrante del sur es un criminal que merece la expulsión inmediata. El otro no es un sujeto de derechos, es un tumor que ha de ser extirpado.

El fascismo ofrece una mentira sistemática. Ante el caos de la realidad, ante la complejidad de los hechos, ante la sorpresa de los eventos, sostiene un discurso único e inflexible: la conspiración. Los malvados conjuran para evitar el triunfo del Pueblo. El populista es incapaz de sorprenderse: si todo lo sabe es porque todo se explica como una lucha entre el Pueblo verdadero y sus explotadores. Si un diario me critica, dice Trump, arremedando las peores tradiciones latinoamericanas, no es mi enemigo, es enemigo del Pueblo. Para que el cuento del complot funcione, el populista ha de colocarse siempre como víctima. Aún triunfante, debe lamentarse de algún atropello.

Esa ciudad en la montaña que aparece constantemente en la retórica de la república norteamericana como alusión a un faro que habría de iluminar al planeta es hoy el faro del neofascismo.

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Escrito en: JESÚS SILVA-HERZOG discurso, nación, Estados, Trump

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