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La violencia nace en el estómago

Escapar a la influencia belicosa de las grasas

La violencia nace en el estómago

La violencia nace en el estómago

Fabio Pérez Vázquez

Es recomendable acudir a comestibles refrescantes que estimulen la actividad física y mental, que tengan, entre sus efectos, el de apaciguar los temperamentos belicosos y no favorecer la contaminación del ambiente dentro del cuerpo humano.

Aliviar tanto a un individuo como a una sociedad requiere adoptar medidas que favorezcan la correcta nutrición de las personas.

Existe una teoría sobre el origen de las enfermedades según la cual los padecimientos son una reacción del organismo producto de toxinas derivadas de la descomposición de los alimentos.

Si un organismo es sometido a una sobrecarga de esos elementos tóxicos el comportamiento del ser se ve afectado y esto se refleja en el exterior, debido a un desequilibrio que afecta su humor.

Es decir, una alta toxicidad digestiva es un estimulante de respuestas y cambios que no debe menospreciarse. Sus efectos no se limitan a sufrir problemas en el aparato digestivo. En principio, una consecuencia es la alteración del ritmo circadiano (cambios biológicos, mentales y de comportamiento en ciclos de 24 horas), y reloj biológico (que controla ritmos circadianos e influye en actividades como el hambre, la conducta sexual o el rendimiento intelectual).

Las alteraciones de las toxinas que se originan desde la alimentación causan un desfase en la producción de hormonas reguladoras de la función intestinal al grado de que llegan a actuar como homotoxinas (sustancias que generan una carga tóxica directa o indirecta en el organismo con efectos sobre la manera de comportarse de una persona).

SER Y COMER

La intoxicación que un individuo puede padecer por causa de una alimentación inadecuada no se reduce a los efectos sobre el hígado de las sustancias que se producen a partir de los procesos de descomposición y fermentación del accionar gastrointestinal.

La sobrecarga de toxinas produce un 'estrés bioquímico' y éste a su vez, contribuye a incrementar el estrés psicológico.

Como los individuos son constantes en cuanto a sus hábitos alimenticios y el tipo de comestibles que se ingieren, puede afirmarse que hay sujetos entregados a una constante 'autoagresión digestiva' que, entre otras cosas, provoca la presencia de mal humor. Ocurre como en las contingencias por el exceso de carros circulando en una urbe, dentro del cuerpo se crea un medio ambiente tóxico, la nube de emisiones afecta diversos órdenes de la maquinaria corporal, estimula la producción de bilis y eso favorece que el afectado multiplique sus opciones de estallar en reacciones violentas, irreflexivas y desproporcionadas; la intolerancia también se ve fortalecida.

¿Qué contribuye a la configuración de un carácter bilioso y violento? La ingesta cotidiana de harinas y azúcares en propociones que el cuerpo no es capaz de procesar. Endulzar la vida en exceso es una vía alimentaria para situarse en la inestabilidad emocional. El consumo constante de carnes, así sea en pequeñas cantidades, es un factor que aporta ladrillos a la construcción de un estado irascible debido a la intoxicación hepática que se genera a partir de las grasas de origen animal. Efectos similares se obtienen gracias a la predilección por la comida chatarra.

El estrés psicológico y su aporte a las manifestaciones violentas por parte de un ser humano está vinculado estrechamente al estrés bioquímico hilvanado desde la alimentación.

La 'homotoxicosis alimentaria' es uno de los resortes de la agresión. Por ello es necesario reparar en la necesidad de mudar los hábitos alimentarios.

Si bien cambiar el menú cotidiano de un individuo, ya no se diga de un pueblo entero, puede sonar difícil, la alternativa, una que se conoce bien en estos días gracias a la diaria difusión de estadísticas delictivas, crímenes de alto impacto y desgracias provocadas por el uso de fuerza irracional, no es algo ideal.

La cultura de la no violencia bien puede tener un punto de partida en un cambio de fondo en la cultura alimenticia, regular la desenfrenada satisfacción del sentido del gusto bien puede ayudar a ordenar a una sociedad.

La violencia no es sólo un asunto de organizaciones criminales y fuerzas federales, de delincuencia común y policías locales, también es un problema de salud pública.

CAMBIO

Es sabido que en la conformación de una cultura intervienen factores genéticos, medioambientales y psicosociales.

Para tomar de mejor manera la influencia tanto de unos como otros y repeler con suficiencia las desventajas del entorno, el genoma y las estructuras mentales de la colectividad, vale la pena experimentar con una dieta libre de alimentos grasosos y que tienden al desorden interno.

Es recomendable acudir a comestibles refrescantes que estimulen la actividad física y mental, que tengan, entre sus efectos, el de apaciguar los temperamentos belicosos y no favorecer la contaminación del ambiente dentro del cuerpo humano.

Lo que suele suceder, sin embargo, es lo contrario, un mínimo o nulo consumo de alimentos reguladores como las frutas y las verduras y una preferencia por los tubérculos, los cereales y azucares refinados y las carnes, una nutrición con exceso de productos que contribuyen a incrementar la temperatura del carácter, mezclas caóticas a las que también se agrega el factor del alcohol.

Lo aquí expuesto ofrece claves para entender que una sociedad violenta también se nutre de la cotidiana autoagresión nutricional de las personas.

No hay que menospreciar la opción de limpiar el organismo mediante la adopción de una dieta libre de alimentos cárnicos. Una vez que se prueba un estilo distinto de comer, es posible darse una idea de cuánto afecta a un ser humano el desequilibrio provocado por los comestibles habituales.

Si a la violencia agregamos factores como la pobreza y una alimentación deficiente cuya base se encuentra en los anaqueles de los alimentos chatarra y las papas, y a eso agregamos un fácil acceso a cantidades sustanciosas de alcohol, la instalación de una rutina con más paz se postergará aún más.

Eduardo José Pérez Moreno, doctor en Medicina, asegura que las apetencias nutricionales de un individuo están en plena correspondencia con su psicología.

Así las cosas, la ingesta de una carga tóxica de grandes proporciones obedece al mismo principio de autodestrucción que lleva al alcohólico a embrutecerse y a destruir su hígado.

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Escrito en: cuerpo, organismo, comestibles, alimentos

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